miércoles, 25 de noviembre de 2009

CLARÍN-2

—Pero, ¿es qué no me escuchas? –le dije, molesto.
—Perdona, no ha sido mi intención, es que estoy agotada –contestó.
Luego me relató–: Las oficinas hoy estuvieron peor que nunca; imagínate, en la tarde tuvieron party.
—¿De qué me hablas? –pregunté, extrañado.
—¡Ah!, es cierto... tú no sabes que yo limpio oficinas.
—No, no me habías dicho nada. De haberlo sabido, no hubiéramos venido.
—No me gusta malgastar mi tiempo demasiado –respondió, mientras yo mojaba su cara con agua de mar.
—Explícame –le dije, sentándola en mis rodillas­–, en la mañana cuidas niños, cuyos padres, en su gran mayoría, no te pagan, después pintas, deambulas por todo Miami, limpias oficinas. ¿Cómo distribuyes tu tiempo?
—Mira, cayeron –gritó, volteando la red y soltando así los peces que habíamos atrapado–. La vida es un privilegio –dijo–, un privilegio absoluto, un derecho a respirar que Dios nos da.
—Entonces. ¿A qué vinimos? –le pregunté, confundido.
—El encanto reside en atrapar y soltar, para sentirnos hábiles, aptos para la actividad –dijo, con sencillez y convencimiento.
—Si comienzas con tus absurdos, nos vamos –contesté, molesto.
—Acaso el orgullo masculino no radica en atrapar los sentimientos y luego despeñarlos –siguió diciendo–, la diferencia está en que a los peces sólo le damos un susto, para que aprendan lo que significa vivir y estar libres, mientras que ustedes matan capacidades en las mujeres.
—¿Por qué hablas así?, quizás sean casos, no niego que son muchos, pero ahora estás conmigo, yo te amo, y veo el amor de modo muy diferente –le dije, confirmando que detrás de aquellos ojos había un pasado de dolor–. Yo quiero, junto a ti, superar la vida, llegar a la meta, vivir sin límites. Dime, ¿de quién y cuál fue el daño que el amor te hizo?
—La vida va más allá del propio amor, al menos, de ese del que todos hablan; el amor es uno mismo, lo demás es espejismo. Amas, porque depositas tu amor en un objeto, en un animal o en una persona. Pero el nombre de ese amor es tu propio nombre, depositar el amor es una necesidad. El amor que el hombre, y digo el género humano, concibe es egoísmo, posesión. El verdadero amor es el de Dios, el que mueve buenas intenciones en cada acción, buenos pensamientos para tus semejantes. Dar, dar, dar.
—No estoy de acuerdo contigo, ¿qué son los hijos, entonces?
—Cuando el amor se equivoca, un hijo es un castigo, ya sea por tenerlos o por no poderlos tener.
—¿Tuviste un hijo? –me atreví a preguntar.
—No, y tampoco puedo tenerlos –respondió, secamente.Se envolvió en la red y me atrapó a mí.

Cuando liberaba sus sentimientos, yo olvidaba que algo en ella nos separaba, yo sentía que ella se daba sin reservas, con amor. Aquél amanecer, al volver a casa, confesó sentir junto a mí la sensación de estar viva y dijo que, por lo tanto, sabía que la propia vida algún día terminaría.

Nuestro grupo, por llamarle de alguna forma, estaba compuesto por una amalgama de caracteres y personalidades, todos inmigrantes, todos interesados en algo con fuerza de pasión.Una de las primeras necesidades, cuando dejamos todo atrás, es relacionarse con quien uno tiene más cerca, y nos agarramos hasta del gusto por una misma fruta, para encontrar afinidad. La soledad es un fuerte enemigo y se hace necesario combatirlo con todas las armas.
Aquella tarde, nos encontrábamos en casa de Luis; Clarín hablaba de pintura, de su predilección por Van Gogh y de las muchas veces que piensa que, tras tener un nombre, basta con derramar dos gotas de pintura sobre un lienzo, y ya es un cuadro valiosísimo.
—¡Cuántas cosas me gustaría saber! –exclamó, y alguno le preguntó qué haría si llegase a triunfar como pintora y ganara mucho dinero.
—Cómo todos, inflaría mis cachetes con frases como: obras de caridad, buenas acciones, y me limpiaría la suela de los zapatos en la alfombra de la bondad –fue su respuesta.
Todos rompieron en una colectiva carcajada, pero Tony, que aprendió a tomarla muy en serio, dijo:
—No seas así, Clarín, dinos de verdad qué opinas del dinero
—Qué sólo sirve para destruir lo más preciado del hombre, la espontaneidad.

—Digamos que, por muchas ideas disímiles que existen sobre tantos temas, hoy, aquí, todos sensibles, podemos hablar a media voz del amor, y que vuestras palabras tiemblen como la llama de este candil –decía Luis, trayendo en la mano un velón rojo, mientras apagaba todas las luces.
—El amor es como una corriente que arrastra y de la que no se puede salir –dijo Tony.
—Para mí es el único motivo real para vivir, para soñar, para esperar, para soportar las cosas adversas que uno se encuentra en el camino –declaró Luis.
—Hay un impulso primero; si te aferras a él, se convierte en amor, pero si lo rechazas, si lo evades, ahí quedó. Por lo tanto –decía Laura–, casi lo dirigimos, claro que teniendo en cuenta que la persona debe tener algunas condiciones esenciales.
—No, eso no puede ser, porque entonces no veríamos tantos casos de amores no correspondidos, o de parejas en las que uno ama y el otro sencillamente se deja amar –dijo Frank. Y volviéndose a Lina, agregó–: Dinos tú, psicóloga.
—El amor se aprende, como cualquier otro reflejo condicionado, y ciertamente, aquel que no lo ha aprendido, no lo sabe valorar, y aunque lo busque desesperadamente a través de toda su vida, no lo conocerá, a menos que lo aprenda –contestó la aludida.
—En cierta forma, la psicología y yo tenemos algo en común, en cuanto a teorías del amor se refiere –dijo Clarín–, porque yo sé que el amor está tan por encima de los seres humanos que, mientras más lo necesitamos, menos lo aceptamos.
Mientras, yo seguiría pensando, aún sin opinar, que el amor encierra el mayor misterio para la humanidad, que lo único que alcanzamos es a gozarlo o a sufrirlo, o, lo que es lo mismo, a sentir esa indeleble mezcla.

“Después de los helicópteros, los expressways”, decía, sonriendo, aferrada al timón, mientras recorríamos este, sur, norte y oeste de la ciudad. Y es que en muchas oportunidades me había explicado que los helicópteros eran fabulosos descubridores, desde los cuales se veía con claridad la verdad, porque se miraba desde afuera y a tan poca velocidad, que podías a apreciar al detalle pormenores de la vida. Creo que nunca fuimos a montarlos, siempre faltó algo, tiempo, dinero, no sé.
Merendamos en un tranquilo lugar, parece que para contrastar con la emoción de la velocidad. “De contrastes se hizo el mundo”, me dijo.
—Corre, corre –me ordenaba, cuando, de regreso, yo tomé el volante–, dime si guiado por ellos no te sientes dueño del mundo; sólo son comparables con la niñez, se pasa por ella con tanta rapidez, que no le cogemos el gusto. Lástima que no podamos pasarle tantas veces como a los expressways.
Hablaba al aire, sentada en el asiento delantero de al lado del conductor, con la ventanilla abierta; su pelo batía al viento. Su pelo, algo que adoraré siempre, color caramelo, suave, acariciador. Sus ojos, diminutos relámpagos chispeantes, luces azules, de serena y plácida mirada, de inquieto y vivo brillo, en el fondo, con algo de melancolía.
—¿No te parece que disfrutamos mejor del paisaje, si vamos más despacio? –le sugerí, aminorando la velocidad.
—¿Qué pasa?, ¿tienes miedo? –no esperó mi respuesta–. Claro, reconozco que esto es pentespuoso.
—¡Pentespuoso! –repetí.
—Sí, es algo que causa alarma, temor, pero que nos atrae, nos gusta –me explicó.
—Yo, sinceramente, desconocía esa palabra.
—Por supuesto, no está en el Larousse, pero, ¿acaso eres de los que piensan que el derecho del idioma fue exclusivo de Cervantes y Saavedra?

Su “trabajo”, como ella le llamaba, no tenía ni día, ni hora. Recuerdo que un domingo me fue a recoger con Mickey, uno de los niños que ella cuidaba, para ir al seaquarium. Confieso que en el primer momento no me fue grata la idea, pero. ¿cómo decirle que no?, todo para ella quedaba hecho una vez concebido.Me deleité observándola. No, nadie que la viera podía pensar que ella cuidaba al niño, hasta yo mismo llegué a creer por un momento que era su hijo.
—¿Te gusta Clarín? –le pregunté a Mickey.
—Claro, no hay alguien mejor que ella –respondió, muy seguro–. ¿Y a ti? –preguntó él, a su vez.
—Por supuesto, es encantadora.
—¿Se van a casar? –siguió preguntando.
—¿Qué crees tú?
—No sé –respondió, después de mirarme de arriba hacia abajo.Ella regresó con unos helados, y yo, aunque no dije nada, me quedé pensando en lo hábil e inteligente que puede ser un niño de tan sólo cinco años.

Las desgracias nunca vienen solas. Estúpidamente, me caí al bajar dos escalones, y me luxé la rodilla derecha; así, para que mi pierna no se sintiera culpable de quedarme sin trabajo, mis bronquios colaboraron, con una de las más terribles bronquitis asmáticas que había tenido en muchos años.Cuando todo sale mal, se realiza un sueño, por pequeño que sea. En esta oportunidad, Clarín vivió en mi apartamento por diez días; se me aparecía por horas, lo mismo en las mañanas que en las tardes, dormía conmigo todas las noches, pero, además, en el momento más inesperado, estaba su voz en el teléfono, o sus labios, midiendo mi temperatura con el beso perpetuo; así le pusimos a un pequeño lunar que tiene en el labio inferior.
—¿Qué le sucede a mi enfermito? –me dijo una noche, al entrar.
—Nada –contesté, rabioso–, después de diez días sin trabajar. ¿Qué crees que me pueda suceder? –creía que a la mañana siguiente podría salir, pero pensaba en la cara del dueño del restaurante, cuando me viera llegar, y en las deudas, porque todavía no sabía de dónde había salido el dinero para las medicinas, comidas y otras cosas.
—Sonríe, es el canto a la vida –dijo, sentándose en el brazo del butacón, mientras acariciaba mi pelo–. Ya estás bien, gracias a Dios, la fiebre ausente, la tos desapareció, la pierna ya no te duele y tu semblante es bueno. Mañana empiezas a trabajar de nuevo, sólo que en el turno de la mañana, así es que, a dormir.
—¿Cómo que en el turno de la mañana?
—Sí, hablé con el señor Dupont, y te cambió de turno.
—Pero, tú sí que eres increíble –reflexioné–. No sé de qué me asombro, ya debía estar acostumbrado, contigo siempre voy de sorpresa en sorpresa. Espera, dime ahora, ¿con qué dinero hemos vivido?, hoy, al levantarme, encontré mis ahorros intactos.
—Y, además, aquí tienes tu sueldo de esta semana –dijo, mostrándome un cheque.Esa noche supe que todo ese tiempo ella había trabajado por mí en el restaurante, esa noche sentí su amor, aunque no le gustara que yo lo llamase así, esa noche supe al fin de ella, de su vida, de su pasado. ¿Por qué siempre tendremos la manía de querer saber? ¿Por qué serán tan importantes los detalles y las explicaciones?

Sus padres se habían divorciado cuando ella contaba con seis años de edad; la madre murió al poco tiempo, ella no recuerda de qué, porque no la volvió a ver, se había quedado con su padre, que, a su vez, la entregó a una tía. Cuando hablaba de su niñez, decía: “Sé que tuve una madre poco madre, y un padre que fue muy padre para enviarme dinero y muy hombre, para no tenerme a su lado, le estorbaba”.La susodicha tía la trajo para los Estados Unidos, y le inculcó el trabajo desde los doce años, cuando la puso de mesera en una cafetería, que compró con el dinero que el hermano le había dado para la educación de la niña. Jamás le asignó un sueldo, ni tan siquiera las propinas le pertenecían.
Ella se fue, dejó atrás todo lo que de amargo había conocido hasta el momento, vivió de un lado para el otro, aprendiendo y buscando “En esa época, todavía buscaba”, me dijo. Se casó con un muchacho con quien tenía relaciones: “Y cuando creí que había encontrado, me desperté en una casa que no era la mía. Vicente, que así se llamaba mi esposo, me había interrumpido el embarazo. Me había dormido, y con un médico amigo me hicieron un aborto. El primero y el único, porque jamás volveré a quedar embarazada”.
—Pero, ¿es que no te quería?
—Quizás me quiso más que ninguno, pero tenía miedo a la responsabilidad. A los dos meses me divorcié. En fin, sólo he sido un billete, que cada cual ha usado a su manera, y que así ha ido pasando de mano en mano.
—¿Quieres alcanzarme un caramelo? –le pedí, cuando se levantó; llevábamos horas frente al televisor y el café me tenía la boca amarga.
—Enseguida –me contestó, complaciente.La sentí trastear en la cocina, regresó derecho al pomo de caramelos, tomó uno y se lo metió en la boca, después se sentó de nuevo a mi lado.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...