miércoles, 25 de noviembre de 2009

CLARÍN-2

—Pero, ¿es qué no me escuchas? –le dije, molesto.
—Perdona, no ha sido mi intención, es que estoy agotada –contestó.
Luego me relató–: Las oficinas hoy estuvieron peor que nunca; imagínate, en la tarde tuvieron party.
—¿De qué me hablas? –pregunté, extrañado.
—¡Ah!, es cierto... tú no sabes que yo limpio oficinas.
—No, no me habías dicho nada. De haberlo sabido, no hubiéramos venido.
—No me gusta malgastar mi tiempo demasiado –respondió, mientras yo mojaba su cara con agua de mar.
—Explícame –le dije, sentándola en mis rodillas­–, en la mañana cuidas niños, cuyos padres, en su gran mayoría, no te pagan, después pintas, deambulas por todo Miami, limpias oficinas. ¿Cómo distribuyes tu tiempo?
—Mira, cayeron –gritó, volteando la red y soltando así los peces que habíamos atrapado–. La vida es un privilegio –dijo–, un privilegio absoluto, un derecho a respirar que Dios nos da.
—Entonces. ¿A qué vinimos? –le pregunté, confundido.
—El encanto reside en atrapar y soltar, para sentirnos hábiles, aptos para la actividad –dijo, con sencillez y convencimiento.
—Si comienzas con tus absurdos, nos vamos –contesté, molesto.
—Acaso el orgullo masculino no radica en atrapar los sentimientos y luego despeñarlos –siguió diciendo–, la diferencia está en que a los peces sólo le damos un susto, para que aprendan lo que significa vivir y estar libres, mientras que ustedes matan capacidades en las mujeres.
—¿Por qué hablas así?, quizás sean casos, no niego que son muchos, pero ahora estás conmigo, yo te amo, y veo el amor de modo muy diferente –le dije, confirmando que detrás de aquellos ojos había un pasado de dolor–. Yo quiero, junto a ti, superar la vida, llegar a la meta, vivir sin límites. Dime, ¿de quién y cuál fue el daño que el amor te hizo?
—La vida va más allá del propio amor, al menos, de ese del que todos hablan; el amor es uno mismo, lo demás es espejismo. Amas, porque depositas tu amor en un objeto, en un animal o en una persona. Pero el nombre de ese amor es tu propio nombre, depositar el amor es una necesidad. El amor que el hombre, y digo el género humano, concibe es egoísmo, posesión. El verdadero amor es el de Dios, el que mueve buenas intenciones en cada acción, buenos pensamientos para tus semejantes. Dar, dar, dar.
—No estoy de acuerdo contigo, ¿qué son los hijos, entonces?
—Cuando el amor se equivoca, un hijo es un castigo, ya sea por tenerlos o por no poderlos tener.
—¿Tuviste un hijo? –me atreví a preguntar.
—No, y tampoco puedo tenerlos –respondió, secamente.Se envolvió en la red y me atrapó a mí.

Cuando liberaba sus sentimientos, yo olvidaba que algo en ella nos separaba, yo sentía que ella se daba sin reservas, con amor. Aquél amanecer, al volver a casa, confesó sentir junto a mí la sensación de estar viva y dijo que, por lo tanto, sabía que la propia vida algún día terminaría.

Nuestro grupo, por llamarle de alguna forma, estaba compuesto por una amalgama de caracteres y personalidades, todos inmigrantes, todos interesados en algo con fuerza de pasión.Una de las primeras necesidades, cuando dejamos todo atrás, es relacionarse con quien uno tiene más cerca, y nos agarramos hasta del gusto por una misma fruta, para encontrar afinidad. La soledad es un fuerte enemigo y se hace necesario combatirlo con todas las armas.
Aquella tarde, nos encontrábamos en casa de Luis; Clarín hablaba de pintura, de su predilección por Van Gogh y de las muchas veces que piensa que, tras tener un nombre, basta con derramar dos gotas de pintura sobre un lienzo, y ya es un cuadro valiosísimo.
—¡Cuántas cosas me gustaría saber! –exclamó, y alguno le preguntó qué haría si llegase a triunfar como pintora y ganara mucho dinero.
—Cómo todos, inflaría mis cachetes con frases como: obras de caridad, buenas acciones, y me limpiaría la suela de los zapatos en la alfombra de la bondad –fue su respuesta.
Todos rompieron en una colectiva carcajada, pero Tony, que aprendió a tomarla muy en serio, dijo:
—No seas así, Clarín, dinos de verdad qué opinas del dinero
—Qué sólo sirve para destruir lo más preciado del hombre, la espontaneidad.

—Digamos que, por muchas ideas disímiles que existen sobre tantos temas, hoy, aquí, todos sensibles, podemos hablar a media voz del amor, y que vuestras palabras tiemblen como la llama de este candil –decía Luis, trayendo en la mano un velón rojo, mientras apagaba todas las luces.
—El amor es como una corriente que arrastra y de la que no se puede salir –dijo Tony.
—Para mí es el único motivo real para vivir, para soñar, para esperar, para soportar las cosas adversas que uno se encuentra en el camino –declaró Luis.
—Hay un impulso primero; si te aferras a él, se convierte en amor, pero si lo rechazas, si lo evades, ahí quedó. Por lo tanto –decía Laura–, casi lo dirigimos, claro que teniendo en cuenta que la persona debe tener algunas condiciones esenciales.
—No, eso no puede ser, porque entonces no veríamos tantos casos de amores no correspondidos, o de parejas en las que uno ama y el otro sencillamente se deja amar –dijo Frank. Y volviéndose a Lina, agregó–: Dinos tú, psicóloga.
—El amor se aprende, como cualquier otro reflejo condicionado, y ciertamente, aquel que no lo ha aprendido, no lo sabe valorar, y aunque lo busque desesperadamente a través de toda su vida, no lo conocerá, a menos que lo aprenda –contestó la aludida.
—En cierta forma, la psicología y yo tenemos algo en común, en cuanto a teorías del amor se refiere –dijo Clarín–, porque yo sé que el amor está tan por encima de los seres humanos que, mientras más lo necesitamos, menos lo aceptamos.
Mientras, yo seguiría pensando, aún sin opinar, que el amor encierra el mayor misterio para la humanidad, que lo único que alcanzamos es a gozarlo o a sufrirlo, o, lo que es lo mismo, a sentir esa indeleble mezcla.

“Después de los helicópteros, los expressways”, decía, sonriendo, aferrada al timón, mientras recorríamos este, sur, norte y oeste de la ciudad. Y es que en muchas oportunidades me había explicado que los helicópteros eran fabulosos descubridores, desde los cuales se veía con claridad la verdad, porque se miraba desde afuera y a tan poca velocidad, que podías a apreciar al detalle pormenores de la vida. Creo que nunca fuimos a montarlos, siempre faltó algo, tiempo, dinero, no sé.
Merendamos en un tranquilo lugar, parece que para contrastar con la emoción de la velocidad. “De contrastes se hizo el mundo”, me dijo.
—Corre, corre –me ordenaba, cuando, de regreso, yo tomé el volante–, dime si guiado por ellos no te sientes dueño del mundo; sólo son comparables con la niñez, se pasa por ella con tanta rapidez, que no le cogemos el gusto. Lástima que no podamos pasarle tantas veces como a los expressways.
Hablaba al aire, sentada en el asiento delantero de al lado del conductor, con la ventanilla abierta; su pelo batía al viento. Su pelo, algo que adoraré siempre, color caramelo, suave, acariciador. Sus ojos, diminutos relámpagos chispeantes, luces azules, de serena y plácida mirada, de inquieto y vivo brillo, en el fondo, con algo de melancolía.
—¿No te parece que disfrutamos mejor del paisaje, si vamos más despacio? –le sugerí, aminorando la velocidad.
—¿Qué pasa?, ¿tienes miedo? –no esperó mi respuesta–. Claro, reconozco que esto es pentespuoso.
—¡Pentespuoso! –repetí.
—Sí, es algo que causa alarma, temor, pero que nos atrae, nos gusta –me explicó.
—Yo, sinceramente, desconocía esa palabra.
—Por supuesto, no está en el Larousse, pero, ¿acaso eres de los que piensan que el derecho del idioma fue exclusivo de Cervantes y Saavedra?

Su “trabajo”, como ella le llamaba, no tenía ni día, ni hora. Recuerdo que un domingo me fue a recoger con Mickey, uno de los niños que ella cuidaba, para ir al seaquarium. Confieso que en el primer momento no me fue grata la idea, pero. ¿cómo decirle que no?, todo para ella quedaba hecho una vez concebido.Me deleité observándola. No, nadie que la viera podía pensar que ella cuidaba al niño, hasta yo mismo llegué a creer por un momento que era su hijo.
—¿Te gusta Clarín? –le pregunté a Mickey.
—Claro, no hay alguien mejor que ella –respondió, muy seguro–. ¿Y a ti? –preguntó él, a su vez.
—Por supuesto, es encantadora.
—¿Se van a casar? –siguió preguntando.
—¿Qué crees tú?
—No sé –respondió, después de mirarme de arriba hacia abajo.Ella regresó con unos helados, y yo, aunque no dije nada, me quedé pensando en lo hábil e inteligente que puede ser un niño de tan sólo cinco años.

Las desgracias nunca vienen solas. Estúpidamente, me caí al bajar dos escalones, y me luxé la rodilla derecha; así, para que mi pierna no se sintiera culpable de quedarme sin trabajo, mis bronquios colaboraron, con una de las más terribles bronquitis asmáticas que había tenido en muchos años.Cuando todo sale mal, se realiza un sueño, por pequeño que sea. En esta oportunidad, Clarín vivió en mi apartamento por diez días; se me aparecía por horas, lo mismo en las mañanas que en las tardes, dormía conmigo todas las noches, pero, además, en el momento más inesperado, estaba su voz en el teléfono, o sus labios, midiendo mi temperatura con el beso perpetuo; así le pusimos a un pequeño lunar que tiene en el labio inferior.
—¿Qué le sucede a mi enfermito? –me dijo una noche, al entrar.
—Nada –contesté, rabioso–, después de diez días sin trabajar. ¿Qué crees que me pueda suceder? –creía que a la mañana siguiente podría salir, pero pensaba en la cara del dueño del restaurante, cuando me viera llegar, y en las deudas, porque todavía no sabía de dónde había salido el dinero para las medicinas, comidas y otras cosas.
—Sonríe, es el canto a la vida –dijo, sentándose en el brazo del butacón, mientras acariciaba mi pelo–. Ya estás bien, gracias a Dios, la fiebre ausente, la tos desapareció, la pierna ya no te duele y tu semblante es bueno. Mañana empiezas a trabajar de nuevo, sólo que en el turno de la mañana, así es que, a dormir.
—¿Cómo que en el turno de la mañana?
—Sí, hablé con el señor Dupont, y te cambió de turno.
—Pero, tú sí que eres increíble –reflexioné–. No sé de qué me asombro, ya debía estar acostumbrado, contigo siempre voy de sorpresa en sorpresa. Espera, dime ahora, ¿con qué dinero hemos vivido?, hoy, al levantarme, encontré mis ahorros intactos.
—Y, además, aquí tienes tu sueldo de esta semana –dijo, mostrándome un cheque.Esa noche supe que todo ese tiempo ella había trabajado por mí en el restaurante, esa noche sentí su amor, aunque no le gustara que yo lo llamase así, esa noche supe al fin de ella, de su vida, de su pasado. ¿Por qué siempre tendremos la manía de querer saber? ¿Por qué serán tan importantes los detalles y las explicaciones?

Sus padres se habían divorciado cuando ella contaba con seis años de edad; la madre murió al poco tiempo, ella no recuerda de qué, porque no la volvió a ver, se había quedado con su padre, que, a su vez, la entregó a una tía. Cuando hablaba de su niñez, decía: “Sé que tuve una madre poco madre, y un padre que fue muy padre para enviarme dinero y muy hombre, para no tenerme a su lado, le estorbaba”.La susodicha tía la trajo para los Estados Unidos, y le inculcó el trabajo desde los doce años, cuando la puso de mesera en una cafetería, que compró con el dinero que el hermano le había dado para la educación de la niña. Jamás le asignó un sueldo, ni tan siquiera las propinas le pertenecían.
Ella se fue, dejó atrás todo lo que de amargo había conocido hasta el momento, vivió de un lado para el otro, aprendiendo y buscando “En esa época, todavía buscaba”, me dijo. Se casó con un muchacho con quien tenía relaciones: “Y cuando creí que había encontrado, me desperté en una casa que no era la mía. Vicente, que así se llamaba mi esposo, me había interrumpido el embarazo. Me había dormido, y con un médico amigo me hicieron un aborto. El primero y el único, porque jamás volveré a quedar embarazada”.
—Pero, ¿es que no te quería?
—Quizás me quiso más que ninguno, pero tenía miedo a la responsabilidad. A los dos meses me divorcié. En fin, sólo he sido un billete, que cada cual ha usado a su manera, y que así ha ido pasando de mano en mano.
—¿Quieres alcanzarme un caramelo? –le pedí, cuando se levantó; llevábamos horas frente al televisor y el café me tenía la boca amarga.
—Enseguida –me contestó, complaciente.La sentí trastear en la cocina, regresó derecho al pomo de caramelos, tomó uno y se lo metió en la boca, después se sentó de nuevo a mi lado.

lunes, 9 de noviembre de 2009

CLARÍN

¿Dónde estará la sensatez? Sé que se preguntaron muchos, aún yo mismo. Era absurdo el juego, y ninguno vislumbraba el final, el happy end. Pero claro que era maravilloso bajar muy temprano, cuando todavía no era totalmente de mañana, cuando el sol sólo se veía del otro lado de la bahía. Siempre fui un reverendo dormilón, pero desde que descubrí que si despertaba al amanecer encontraba mi lucero del alba, no necesité más el despertador.
Ella, nunca supe qué hacía en aquel lugar, a aquella hora, sola, pero era tan agradable oírla decir: “La marea está hoy más alta”, “el primer tono de mi astro fue hoy naranja”. Quizás era un poco ególatra, “mi astro”, aunque muchas veces creí que eso era cierto, y es que cada cosa suya era siempre tan intangible, tan poco cosa. De todos modos, era maravilloso vestir mi mañana con su sonrisa, porque, eso sí, jamás dejó de sonreír.
Confieso que también su sonrisa me molestaba, sobre todo, cuando era la respuesta que recibía, y mis preguntas eran para responderse con palabras, aunque fueran monosílabos, pero palabras. Pero, ¿qué son la palabras?, creo que en eso también tenía razón: “Las palabras sólo complican las cosas más sencillas”, decía. Y lo cierto es que mientras estábamos comunicados a través del silencio reinaba la paz entre nosotros; parecíamos estar en dulce comunión, en éxtasis. Pero, ¡ay de la hora en que chocaban las palabras!, se atropellaban, se estrujaban, comprimían nuestra respiración, la erupción era el resultado.Luego, su nombre, bueno, su apodo, su manía, su estupidez, le dije una vez, y es que, ¿por qué tenía yo que llamarla Clarín? Al principio, me pareció simpático, original, y también en eso tenía razón:
“Todo principio es inversamente proporcional a su final”, porque primero me era simpático, y después me fue estúpido. Sin embargo, hubo algo que me pareció absurdo, y después comprendí que era muy razonable: “Me verás cada mañana, cada noche, dormirás conmigo, si así lo queremos, pero no me digas que soy tu amor.”

Parecía estar siempre ajena, puso un disco de Ronnie Aldrich, y se acostó sobre la alfombra. Yo no podía evitar contemplarla, tenía los ojos cerrados, nada en ella denotaba vida, era como un desierto, claro, despejado, pero con un enorme calor.
–Por favor –empecé a decirle.
—Es fabulosa esta música. Ven, olvídate de todo, quédate quieto y deja que las notas te lleven.
Qué sumamente molesto me sentía cuando me daba cuenta de que no podía hacer otra cosa que lo que ella me pedía. Me tendí a su lado, ella siguió hablando.
—Ahora, el mar, sientes como si estuvieras en medio de un gran océano. No sabes si flotas o estás caminando sobre él, y al mismo tiempo, hay olor a cielo. Tú eres el mar, tú eres el cielo. Si sientes todo esto, hallaste la paz.
Su incoherencia me exasperaba, me envolvía y me transportaba. El saldo era amor; no, ella decía que era vida, y ahí nos enfrascábamos en otra discusión, que si el amor es vida o si la vida es amor.
Al final, sólo sabía que yo estaba en el torbellino, que era ella en mi vida.
Su incongruencia a veces rayaba en el absurdo, pero sólo había que entenderla. He ahí el problema: ¿cómo entenderla?
Únicamente hablando su mismo idioma, como bien decía ella, y ese sólo se aprende en la vida, pero, ¿en cuál vida?.

Los amigos ya hacía tiempo que habían concluido que estaba loca, parece que cuando no somos capaces de comprender una actitud, un lenguaje, un prisma binocular, resulta mucho más fácil decir: es loco, es tarado, o... Ya estoy hablando como ella, ¿será contagioso? Me hubiera gustado tanto que fuera más real, más de este mundo; sin embargo, ella afirmaba que esos que nosotros llamábamos de este mundo no son más que enfermos de contaminación.

Cuando nos conocimos, me pareció maravillosa: estaba vestida como un arlequín. Pero no resultaba extravagante, porque estábamos en el maravilloso mundo de Walt Disney, y allí nada puede resultar raro o ajeno; uno mismo es lo único que parece traído de otro planeta. A mí me hizo vibrar ese arlequín, cuando se me acercó. Viajamos juntos al cuento de Peter Pan, y ya no nos volvimos a separar hasta las diez de la noche.Clarín... me pareció tan atractivo que me ocultara su nombre, era un tanto místico y un tanto intrigante, emociones que ayudan al romance.
Emociones, esa palabra fue la que promovió nuestra primera contradicción amistosa, así de diplomática era. Enervantes discusiones, por mi parte, claro, pero en fin, según ella, según su prisma “Las emociones son producto de las situaciones que nosotros mismos creamos, y todo lo que somos capaces de sentir son emociones. Los sentimientos son emociones, y una emoción puede durar lo que dura una mariposa o lo que dura una tortuga, todo depende de las situaciones”. Por esto no me permitió nunca hablarle de sentimientos, y yo sentía amor, de eso estoy seguro.

Tan poco convencional, y cómo la sacaba de sus casillas que le robaran papitas mientras las freía. Yo me le acercaba silencioso por la espalda, la entretenía, y trataba de alcanzar algunas, para salir corriendo a comerlas en la sala. La primera vez, tomé dos o tres, y se las ofrecí, a lo que me contestó: “Gracias, pero no me gusta comer cuando estoy cocinando, y me molesta que hagan lo que tú estás haciendo”. “Como abuelita”, pensé. Poco tiempo transcurrió para darme cuenta de que era mucho más difícil de entender que una abuelita.Toda la fantasía que desplegó el día en que nos conocimos, y que pensé que era producto del lugar, que indudablemente incita a poner a volar la imaginación, resultó ser su verdadero modo de vivir.
Como una concatenación de ilusiones y emociones, como causa y efecto, quedé sometido al mundo azul, como le llamaba, que me envolvió.

En casa de Tony, todos nos divertíamos a nuestra manera; es que cada cual podía hacer lo que se le ocurriera. Así, mientras el anfitrión tocaba el piano, y algunos se elevaban como en levitación, otros relajaban sus músculos, o los tensionaban, al compás de un rock, pero no yo, que nunca he sabido muy bien qué es lo que se siente al ritmo de notas tan estridentes.Por extraño que pareciera, esta vez la fiesta era para despedir a Mary, quien por espacio de dos años fuera la mujer de Tony. Él no estaba contento, pero, como gente civilizada, le daba un homenaje póstumo a su relación con Mary.Clarín no comprendía esto, y si soy sincero, yo tampoco.
—Te das cuenta –me dijo–, ella no se siente halagada con esta reunión. Sabe que en el fondo, y no muy hondo, todos están pensando que es una traidora.
—¿Tú también? –le pregunté.
—No, yo pienso que es lo que es –respondió.
—¿Y qué es? –insistí.
—Víctima del falso mundo en que la necesidad hacer tener apariencia de cordero.
—Explícate.
—Tú crees que ha sido magnífica, porque nunca amó a Tony, pero le ayudó, le acompañó y no le dejó solo hasta hoy. Pero, porque siempre hay un pero, ¿por qué hoy?
—Bueno –traté de explicar–, Tony era un hombre falto de cariño, y ella se lo dio, si no estaba enamorada, no se le podía pedir que lo hiciera eternamente.
—Casualidad de la vida, le llamaras tú, a que cuando ella encuentra a alguien que le cuadra se le acaba el altruismo. No seas ingenuo, por favor, ella necesitaba a Tony dos veces más que él a ella.
El resto de la noche no la volví a ver, pasó todo el tiempo con Tony; tampoco supe de qué hablaban. Aquella noche tuve un arranque de celos, creo que todos alguna vez los tenemos, a veces hasta por orgullo. A las doce o pasadas las doce, me fui solo, y aunque estuve llamándola durante la madrugada, no la pude encontrar. A la mañana siguiente, no fui al mar; ella se me apareció con unos caracoles.
—Pasa –le dije–, llegas a tiempo para desayunar.
—Tengo hambre –me dijo, con total sencillez–, debiste haber visto el final de la fiesta, vino el novio de Mary a recogerla, y cuando se fue, se desmoronó la torre. Tony cayó, tardé más de cuatro horas en dormirlo.
—Me parece que actúas como Mary –le dije, con ironía.
—No por los mismos motivos –fue toda su respuesta.
Después del desayuno, me arrastró a la playa, mi irritabilidad parecía no importarle, pero yo soy de este mundo, necesitaba una explicación. La que tuvimos en la playa es una conversación que no podría relatar; sólo recuerdo con nitidez que me dijo que el ser humano necesitaba tanto ser ayudado como ayudar, y que para muchos, incluyéndose ella, la necesidad fundamental estaba en saber que era útil a los demás, que, con su ayuda, Tony se levantaba, y eso sumaba un día más de vida para ella.
Pero, ¿qué era la vida para ella?, eso me lo estuve preguntando tanto tiempo, y pensar que no encontré jamás a nadie que me lo pudiera explicar. Susan, una amiga de ella, a la que sólo tuve ocasión de ver dos veces, se veía tan distinta, se reía de todo cuanto esta chiflada hacía, pero, por contraste, decía que jamás conocería yo a una loca más cuerda. Por Dios que buscaba yo esa cordura. En todo momento, mientras la besaba, mientras fregaba los platos en el restaurante, mientras la veía bailar, mientras escribía. Escribir, quería escribir acerca de ella, y no podía, era frustrante. Y los problemas económicos, de los cuales no quería oír ni el nombre, “El dinero es tema de monumentales chimpanceses de barrigas coloradas”, era todo lo que decía.

Los sentimientos puros, desinteresados, no existen; eso lo habrá oído decir usted miles de veces, pero jamás, de eso estoy convencido, habrá usted oído decir que el amor de madre o de padre entran en esta clasificación. Bien, eso también, no sólo me lo dijo, sino que, además, me lo explicó, de una manera que no sólo a mí, sino a cualquiera en mi lugar le hubieran faltado palabras para contradecirla, o, al menos, para rebatirla.
—Dicen que el sentimiento de una madre es desinteresado, porque no incluye el sexo o el dinero; tonterías –afirmó–. Claro que no son esos sus intereses, pero, acaso no son sus pretensiones que mires la vida igual que ella, que seas mañana lo que ella hubiera querido ser o lo que ella cree que es mejor para ti.
—Pero ese es un interés sano –le contesté.
—Que no por ello está excluido y, además, no es tan sano. El mundo está dominado por pasiones, no por amor, todas las frustraciones y anhelos irrealizables de los padres se vuelcan en sus hijos. Ninguno te pregunta cómo quieres llamarte, sencillamente te ponen el nombre que uno de ellos tiene o el que les hubiera gustado tener, y ahí empieza todo. A partir de ahí, planifican tu vida, como si fueras una carretera en construcción, y cuidado con salirte de los parámetros escogidos. Esa es la pasión, la pasión de lo no logrado, la pasión de sus ambiciones. Hay muchas pasiones, los llamados ideales, son pasiones; el querer cambiar el mundo que Dios hizo es otra pasión, el egoísmo es una de las más fuertes. En fin, que a la larga, ellos, que son un error, quieren enmendarse en nosotros.
Cuántas veces había pensado yo en estas cosas, no en eso exactamente, pero en por qué mis padres, por una razón política que yo encuentro tan fría, tan poco razón, tan poco humana, habían sido capaces de anularme de sus vidas, de apartarme hasta de sus pensamientos, sólo porque yo no quería ser comunista.
—¿Qué me dices del viejo Frank? –me argumentó–, nada en el oro verde, trajo a su nieto a tierras de libertad, porque había que sacarlo del mal rojo. Sus padres iban a acabar con la vida de ese muchacho, y el régimen lo convertiría en un monigote, pero, porque siempre hay un pero para no concluir una buena acción, al muchacho se le ocurrió la peregrina idea de ser homosexual: pena capital. De nada le valió tener las mismas ideas políticas de su abuelo, de nada le sirvió ser un buen estudiante y un mejor trabajador. Había que castigarlo, y lo lanzó a la calle, ya da lo mismo que muera de hambre como un perro o que un perro le pise la cabeza. ¿Dónde está el amor? –me preguntó–. ¿No es acaso pasión? .

Tendidos en la arena, los dos contemplábamos el mar y el cielo, pero seguramente pensábamos en algo distinto. Yo pensaba en la felicidad, en la amistad, en la paz, en el amor, todos, sentimientos que ella provocaba en mí. Le pregunté al respecto, convencido de que el enfoque sería distinto.
—La felicidad es azul –me dijo.
—¿Por qué?, bueno, es un color muy bonito...No me permitió continuar.
—No, no es por la belleza del color. Los colores son muy importantes en nuestras vidas, en eso estaremos de acuerdo; según los psicólogos, dan rasgos de nuestra personalidad, carácter, temores, etcétera.
—Sí, pero no creo que tú lo digas por eso –dije, tratando de conocerla, y parece que acerté.
—Claro que no –dijo, dándome la razón–, pero partimos de que son importantes y entenderás el resto. Los colores a veces los asociamos a una comida, a un placer, pero para mí son la vida misma, en su espectro de emociones. El azul no se come, se penetra, como el mar o el cielo, y como ellos, es ilusión de reflejo, como ellos engaña, es sutil, como la espiritualidad; así es la felicidad.
—Luego todos los colores significan algo –afirmé, no podía evitar sentirme atraído por sus conceptos, aunque no los entendiera; siempre al final les veía su toque de lógica. Ella misma acababa por parecerme lógica, era como los cangrejos, parece que caminan al revés, pero son muy inteligentes; era como la ciguaraya, siempre estaba en cualquier lugar, viviendo como se le venía en ganas, sin que alguien pudiera evitarlo.
—¿Sabes qué es el rojo? –me preguntó, y nunca me han gustado los acertijos, así que no contesté.
—El rojo es el amor sexual, te invade como el fuego, como lava volcánica, te quema y te quiere atrapar.
No tuve menos que reír, al menos era gracioso, pero ella siguió, sin tomarme en cuenta.
—El negro es la muerte; vacío de color. El verde es la amistad, la verdadera, siempre viva, siempre presente, denotando vida, sanando.
—Espera –le interrumpí–. ¿Y el blanco?
—El blanco es el dolor espiritual; es profundo y se produce por la mezcla de sensaciones.
—Pero los dolores espirituales dejan huellas más profundas que ningún otro dolor, y el blanco se tapa con cualquier otro color.
—No lo creas, siempre está ahí; sale cuando menos te lo imaginas, y además, los contiene a todos. Haz la prueba –me dijo, lanzándose al mar.

La depresión me atacaba, no sé si más o menos que a los demás; tenía una rebelión interna por la vida que llevaba, no era eso lo que yo quería. Trabajaba demasiado para mi sustento, y casi no tenía tiempo para escribir, para estudiar. Ambicionaba hacer grandes estudios sobre antiguas civilizaciones, acerca de la sociedad, a través de sus obras de arte. “Pues, escribe”, me decía ella; es que para ella era todo tan sencillo: “Cada cual debe hacer lo que desea”. Lo mismo afirman los psiquiatras, pero no he conocido a alguien que tenga la formula mágica.
No, alguien la tiene, ella la tiene. Quería pintar, y era capaz de vender su ropa interior para comprar un pincel. Soñaba con atender niños, y lo hacía, poco importaba si los padres tenían con qué pagarle o no. En una temporada de dos semanas, la estuve buscando por todas partes y a todas horas, sin hallarla, y con toda tranquilidad me dijo que si no la había encontrado era porque estaba visitando antiguas amistades. Mi cólera estalló. ¿Acaso no podía yo acompañarla?, ¿cómo podía desaparecer y aparecer, como si fuera un hada? Fue tan sencilla como asombrosa su respuesta: no tenía dinero para comer, y de esa manera no había dormido con hambre, pero lo más ingenioso era en qué había gastado el dinero: “Le compré un barco a Jorgito”, me dijo. “Pero eso es una locura”, le expelí. No, no era una locura, era algo que ojalá todos fuéramos capaces de hacer, algo que por nuestro egoísmo consideramos extravagante: “Él lo necesitaba”, fue su única explicación. Jorgito era uno de los niños que ella cuidaba, tenía leucemia.

La luna en la bahía era más luna, el olor a mar, el sabor que tiene la libertad. La pesca no era mi fuerte, y no creo que fuese su afición, pero de todos modos fuimos. Atravesamos uno de los puentes que une el noroeste de la ciudad con la playa, esta vista, desde lo alto del puente, siempre le fascinó. Entramos en un camino trillado por los autos y dejamos el nuestro estacionado sobre la arena. Muchas personas acostumbran a ir allí, y por eso nos costó trabajo encontrar un sitio más solitario. La experiencia me agradó, tiramos una red y a esperar. Esa noche supe que mi loca no lo era tanto. Yo hablaba solo, ella estaba rendida.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...