viernes, 3 de julio de 2009

LOS REYES MAGOS

Maite había tenido un día arduo en discusiones. No sólo riñó con tres de sus compañeras, sino que, además, tuvo que enfrentarse a un varón que no era de su clase. Éste era quién más le preocupaba; él era de doce grado y le había afirmado muy serio:
—Claro que ellas tienen razón, no hay Reyes Magos, ni los camellos se comen la hierba, niña tonta...
Ella jamás hubiera creído semejante cosa, ella confiaba ciegamente, con sus seis años de vida, en sus padres; ellos eran la verdad, y con mayúscula.
Aquella noche, la tan esperada, Maite, ansiosa, iba confirmando en cada acción de sus padres el error de sus amigas. Ellos no la presionaban para que se acostase temprano, ni le prohibían que se durmiera en la cama con ellos.
Ella sacó su perro a pasear, como cada noche, mientras su madre la vigilaba desde la ventana. Allí estaba ella, intentando convencer a Coqui de regresar a la casa, cuando se encontró con los esposos Jiménez; traían un paquete grande, una caja de Sears. También traían una bicicleta, pero no reparó en ello, porque su mamá le desvió la atención, señalándole que Coqui estaba pisando unas flores; ella regañó a su perrito y le hizo entrar.
A la mañana siguiente, después de extasiarse con todos sus regalos, tomó sus patines para visitar a Tamara e invitarla a jugar.
Todos sus castillos se desmoronaron, toda su fe se acabó, cuando vio a Tamara con aquella bicicleta roja que ya ella había visto. Con un movimiento inconsciente, buscó la caja de Sears, también estaba allí, era un equipo de música.
—¿Viste mis regalos, viste todo lo que me trajeron los Reyes? –preguntó Tamara, con entusiasmo.
—Sí, ya los vi –contestó Maite.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...