miércoles, 17 de junio de 2009

LA VENDEDORA DE PERIÓDICOS

Ella llega muy de mañana, y desaparece al despedirse el sol. El área del parque cubre toda una manzana, y ella recorre a pasitos silentes cada milímetro de asfalto, cada pulgada de cemento, entre estas cuatro calles.

Lo mismo los vecinos de la zona que los encorbatados ejecutivos, tanto las amas de casa, como las empolvadas señoras reciben día a día una sonrisa de ella.

—Dame uno –es la frase por la que ella aprendió a reconocer a cada cliente.

No tiene amigos, y aunque tampoco enemigos, sí es objeto de burlas y maldades. Esos pequeños demonios que todos llamamos niños, con su indiferencia al dolor, con su ignorancia de la vida, quizás la despedazan un poquito cada día.

Usa una amplia falda, que sólo deja ver sus pies en aquellos zapatos de lona, que ella debe lavar cada noche, pues los lleva tan blancos, como nieve recién caída. La blusa nunca combina con la falda, pero su sobria y muy remendada ropa siempre está limpia. No sólo tiene tiznadas sus manos por la tinta de los periódicos, también su rostro se ve grisáceo por el maquinal e inconsciente gesto de apartar su pelo hacia atrás, tomándolo entre sus dedos cordial e índice, en forma de tijeras, y usando ambas manos: la derecha, para el mechón que cae sobre su hombro derecho, y la izquierda, para el mechón que cae sobre su hombro izquierdo. Su pelo rubio, amarillo como rayo de sol, derecho y liso, tapa toda su encorvada espalda. Los años ya han marcado su piel, una piel muy tostada; el sol ha hecho su faena y sus brazos resemblan surcos agrietados. Pocas veces sus ojos dirigen una verdadera mirada; es como las actrices al mirar alpúblico. Pero su mirada es profunda, si la logras alcanzar, y su sonrisa es perenne, como si toda su vida no hubiera hecho otra cosa que sonreír y, desde luego, vender esos periódicos.



Ella tiene un pasado del que todos somos parte, pero ninguno sabe algo de ella; es, quizás, nuestra más vieja conocida, aunque no podemos siquiera decir su nombre.

Y una mañana no volverá; sentiremos su falta, sobre todo, porque no tendremos las noticias del día. Después, nos iremos a comprar el periódico a otra esquina, y nunca la volveremos a pensar.

Ella es quien por años nos ha dado los buenos días con su mejor sonrisa, y nosotros, los ajenos, los absortos, los ocupados y preocupados de siempre.

Ella llega muy de mañana, no sabemos de dónde, y se va cada día con el sol, hacia algún lugar.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...