miércoles, 22 de abril de 2009

Después de tu amor, mi vida está en prisión, en la prisión de un cuerpo que se mueve, se anima por inercia. Mis ojos ven, mi retina está en perfectas condiciones; veo la luz del día a través de mi ventana, las nubes juegan en el azul cielo. Frente a mi calle hay una palma que mece sus hojas al viento. Todo esto sólo a veces lo veo en realidad, pero no me entusiasma, no me motiva. Sólo me recuerdan aquellos tiempos en que los dos mirábamos al día radiante, resplandeciente y sentíamos enormes deseos de salir a disfrutarlo, porque amábamos al día, cómo a nosotros mismos.Ahora todo ha cambiado, mutaciones del tiempo, aberraciones del alma. Amo tu recuerdo, amo el amor que me diste. Como si no fuese posible el olvido, amo el ayer que vivimos. Como si el tiempo fuese aliado, te amo más, como si fuese enemigo, no te evaporas, más bien, te renaces como mi desvelo, cada noche.Aquella mañana en que te vi por vez primera, algo en ti que no pude identificar, llamó poderosamente mi atención. ¿Cómo se transformaría esa atracción en tanta pasión? Imposible sin tu ayuda. Eras una contradicción con palabras y gestos muy singulares, eras la perfección de la belleza, y más allá de tu locuaz y frívola apariencia, había calor, leí sensibilidad a raudales. ¿Cuál era realmente tu vida?, eso no me importó. Después, la historia común. Un vacío en los sentimientos, ausencia de placer, ansiedad de calor y ternura, y yo, poniendo nuevos colores a tus días.

Una tarde de lluvia, una tarde llena de pasión. ¿Cómo oír el tin tin en los cristales, sin pensar en tu boca? La lluvia siempre ha provocado en mí una voluptuosa sensación, su sonido es sensual. Caminar bajo la lluvia es como enjuagar el espíritu. El opaco y gris día que la precede habla de nostalgia, pero con calor, con la tibia sensación de dos cuerpos. Y tú, precisamente tú, sentías también una especial atracción por esos días.
Los primeros días en que nos tratamos se entabló una secreta conspiración, una silente complicidad, sin detenernos a pensar por qué, ni de qué. El juego de palabras sin sentido aparente, la burla tácita que se asomaba, nos iba identificando día a día. Nada parecía tan serio como reír contigo.
Admiraba tu cuerpo, pero sin reparar con cuánta frecuencia lo hacía; me gustaban (en el buen sentido o el único que el gusto tiene) tu cara y tu mirada. Recuerdo que un día mencionaste un autor de mi predilección y dijiste una frase de mi libro favorito. “Esto es comunión”, pensé, sin saber que más tarde la comunión sería en cuerpo y alma.
Estoy tan profundamente en el recuerdo, que el tiempo no tiene dimensión. Eres el alimento de mis horas, y tanto el sol como la luna pasan alrededor de ti. ¿Que sufro?, eso ya lo sé, pero los artistas (que poca modestia) volcamos en la inspiración el dolor.

Con un acuerdo sin palabras, tú saliste en el momento indicado, para que yo tomara tu teléfono y te dejara el mío. Ahora sabemos que ninguno de los dos se atrevió a usarlo en los siguientes dos días; pero el ansia nos corroía, perdimos toda concentración. Yo inicié las llamadas, desde el primer momento fue como algo establecido, como lo más natural, como el sol que siempre sale por el este.

Y nos vimos en aquel lugar tan lleno de gente, gente ajena a todo lo que bullía dentro de nosotros. Aún te veo junto a la fuente. No era necesario decir qué sentíamos, por qué estábamos allí, nos comunicábamos tan perfectamente en el silencio, que parecíamos dos iniciadores de un culto.


El mar es evocativo, es sedante y enervante a un tiempo, tiene propiedades que él mismo desconoce, pero tú y yo las apreciamos muy de veras. Contemplando el mar, puedo soñar contigo y puedo sentir la vida impetuosa retando a mi temor.La noche en que estuvimos a la orilla de la playa, recostados en tu auto, ambos mirábamos en silencio la extensión del océano, y nos invadía su profundidad, que era como sumergirnos en la nuestra.Las olas tienen un sonido único cuando acarician la arena y se recogen, como el amante furtivo que viene te besa y se va. Como tú, que al entregarte, envolvías algo de mí en cada retirada. Te llevabas cada día mis ostras, mis caracoles y mi piel, dejándome con la humedad, con la espera de tu abrazo por toda necesidad.


El brillo de tus ojos aquella tarde, la tercera en que nos veíamos, en un lugar público, como siempre, me dijo que una parte de ti ya me pertenecía. Al leve roce de nuestras manos, mi corazón se aceleró, y creo que tú pudiste oírlo o lo confundiste con el tuyo.

Por fin llegó el ansiado, el esperado, imposible de relegar por más tiempo: el día. Y en aquella habitación, que ni tuya ni mía, fue de los dos; abrimos paso a la llama que nos cobijó. Tu cuerpo desnudo, tu piel, a laluz, sin el pudor de las ropas, con la fiebre recorriéndote los poros, con la dulce exaltación de los sentidos, con el estremecimiento de lo que hoy sabemos, abrió el amor.
Tu boca, siempre sedienta, mis labios, siempre prestos a los tuyos, confundiéndose, sin despegarse; las palabras brotaban, y no dábamos espacio al aire a pasar entre los labios. Susurros que decían lo que eras para mí, lo que tú alma sentía, y el placer nos embriagaba, para afirmar que nunca nadie fue de alguien como nosotros nos pertenecíamos.

A veces, quisiera detener todos los relojes y que el tiempo no transcurriera, porque su marcha es desesperación, agonía, en la espera de oír tu voz, de verte aparecer, cosa que sólo logro a voluntad en mis sueños.
Un huracán se ha interpuesto entre nosotros, muchas borrascas hemos tenido que desafiar: la razón, el éxito social, el deber; pero ese niño que vive entre nosotros: el amor, es el más fuerte y se crece ante el dolor.
Nos veíamos a diario, y ya fuera por unos minutos o por largas horas, nos dábamos todo y nos llevábamos el alma repleta de ilusión. Yo renacía a cada momento con tu mirada, tú respirabas de mi aliento, para cargar en tus pulmones oxígeno de amor, hasta un nuevo encuentro.

La música, divino lenguaje, idioma que llega a todos. Las notas elevan nuestro espíritu, nos conectan con el pasado, como en una meditación, y te veo, sí, no te imagino, te veo en la penumbra de mi habitación, alborotando tu pelo, es decir, peinándolo, según tú. Y corres del cuarto de baño al dormitorio, pasas veloz por la sala, porque, como siempre, se te hace tarde. No time, no time. I’m late, I’m late: como el conejo de Alicia en el país de las maravillas. Y yo estuve allí, en el país de las maravillas, al creer que aquel amor sería para mí; quizás fue iluso aún el pensar que aquelloera amor. No se levantan puentes donde existe un camino.

En un ataque de pasión, decidiste romper con todo, abrigarte con mi amor, claro que no lo dijiste así. Tú hiciste una muy razonable exposición acerca de los años que habías perdido al lado de alguien que nunca te hizo feliz, y de la relevancia que tenía en tu vida nuestra relación, adornaste con flores, pusiste aroma de incienso y música de Bach en mi ambiente.

No existe la menor duda de que exaltaba la pasión en ti. No sólo te manifestabas voluptuosamente, sino que te transformabas en fragor. Sufrías la metamorfosis, tan sólo en un imperceptible gesto, olvidando el tiempo, te sumergías en el mar de la convulsión y el gemido, elevándote al cosmos, al infinito.

Vi desesperación, decepción y angustia en tu rostro, cuando las ilusiones se te empezaron a desmoronar; la otra parte no soltaba la soga, y entre intimidaciones y tiranía psicológica, te envolvías en un absurdo sentimiento de culpabilidad. Nunca imaginé que llorarías por mí, por esta relación que reflejaba en tu rostro que los astros te sonreían, pero juntos navegamos en nuestras propias lágrimas, en un día que fue, quizás, en el que más nos dimos, como suele hacerse en las despedidas.La lucha comenzó, y visiblemente te debatías entre lo que querías y lo que debías; bueno, esto según tu propio juicio. Mi apreciación, tenías miedo, existía en ti una marcada debilidad psicológica, a la que la otra parte sabía sacarle el mejor partido. Poco a poco te debilitabas, en ocasiones, te veías como un enfermo terminal. En mi presencia, sacabas fuerzas para seguir sonriendo, pero suavemente te apagabas.Una tarde, jugaste tu última carta, así dijiste al marcharte, y perdiste.

Pusiste de relieve tu cobardía, no dándome la cara; tenía yo que interpretar un doloroso silencio y tu escueta explicación: “No puede ser”. Fuiste al cabo de dos meses reincidente, de lo que asumo la total responsabilidad. En mi mundo, el ser humano lucha por lo que ama, y sólo de necios es la retirada.
Ya no había nada más que discutir, nada que analizar y, menos aún, que resolver. Tú sólo veías oscuridad, y yo sabía que para amar no se lucha en contra de, si no a favor de.Tú, como presa herida en el orgullo, en impotencia, revolcándote en tu propio dolor, agrediste y golpeaste al amor. Fue la única defensa que te quedó. Matar al amor. Hiciste todo lo posible por apuñalarlo, por desgarrarlo. Tú necesitabas ver la existencia de un falso sentimiento. Reconozco que te quedó bien, fue tu mejor actuación, pero, para tu desventaja, yo, como buen espectador, estuve consciente en todo momento de que ponías lo mejor de ti para interpretar ese papel.

Fuiste como un rayo de sol que entra por la ventana; su llegada es tan sutil, que te deja extasiado, que no aciertas a darte cuenta cuándo llenó la habitación, pero ahí está. Luego se marcha del mismo modo, y sólo hay un instante en que notas que se acabó el calor.Una mañana, llegué a la misma oficina, a la misma hora, y miré hacia el mismo lugar. Tú no estabas, habías desaparecido, en tu lugar, se sentaba alguien que tenía tu pelo, tu nariz e igual boca, y hasta los mismos rasgos de tus ojos, pero en aquella mirada no estabas tú. Sencillamente te habías ido.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...