miércoles, 30 de junio de 2010

ANDREA BIEN MERECE UNA MISA- II

- Entonces la difunta no dejó testamento- dijo ella.
- Te equivocas, la finada legó todos sus bienes a su esposo.
- Entonces, no hay litigio-concluyó ella.
- Te vuelves a equivocar- sonrió él.
- Ya sé- le interrumpió – ella había hecho otro testamento que ha desaparecido y el muchacho quiere que tú lo encuentres.
- Frió, frió- volvió él a sonreír.
-¡Ah!, no, ya sé, como hijo legitimo desea reclamar la mitad de los bienes aún habiendo testamento- siguió ella con sus deducciones.
- Congelada.
- Termina chico, explícame tú- le pidió finalmente.
- Pues nada- dijo él reclinándose en la butaca. Abrió la gaveta, cogió un cigarrillo, lo encendió y soltó una gran bocanada de humo.
- Oscar me desesperas- le apuró ella.
- ¡Oh, mujeres!, que poca paciencia tenéis.
- Habla- le insistió.
- Bien, el muchacho es hijo ilegitimo de dicha señora.
- Es decir que ella lo tuvo- comenzó de nuevo a elucubrar- a espaldas de la familia y lo dio en adopción.
- Dime Ibet, ¿quieres que te lo cuente o tú vas a tejer tu propia historia?
- Esta bien, me callo, pero acaba de hablar, por favor- dijo resignada.
- Como te decía, el chico es hijo ilegítimo de la señora, ella lo tuvo y simplemente lo dejó en una iglesia, en la sacristía, no lo dio en adopción.
- ¿Y entonces?
- Entonces el quiere su herencia porque se ha enterado de que ella era su mamá y vino a pedirme que me encargue del caso.
- ¿Y?
- En primera instancia, aquí no hay caso- dijo Oscar- pero como tú bien dijiste, hay felling.
- ¿Cuál?- preguntó ella.
-Mira Ibet, este chico puede estar diciendo mentiras, pero, ¿Qué sacaría con ello?- Oscar continuo hablando en forma reflexiva- es posible que la persona que le ha dicho que él es hijo de esa dama lo halla engañado, pero ¿qué sacaría?, aún siendo hijo de esa señora, ¿Cómo lo probaríamos?, aún probándolo, ¿Cómo recibiría el dinero habiendo un testamento a favor de otra persona? Pero hay otro detalle, este chico dice que la señora Lujan, mujer de vida social muy activa, que sólo contaba con cuarenta y siete años al momento de su muerte, hacia más de dos años que había salido de la circulación. Que nadie volvió a verla, que el velorio fue privado, y que ni siquiera los más allegados saben qué fue de ella desde el momento en que se alejó del mundanal ruido de la sociedad, hasta que apareció la esquela mortuoria en el periódico.
Y es ahí donde yo huelo a quemado.
- ¿Qué haremos?, parece una novela de suspenso- dijo Ibet entusiasmada.
- Pues tú serás protagonista, mi amor. Empezaremos por averiguar sobre la vida social de esta señora, cosa que harás tu, aquí tienes- dijo dándole una hoja de papel- los lugares que frecuentaba, nombre de algunas damas que la visitaban, etc., etc. Mientras, yo hablaré mañana mismo con el sacristán que recogió a Tony, así se llama el chico.
-Eso lo sé, recuerda que yo recibí su llamada- aclaró ella-Bien, manos a la obra. A propósito, ¿Cómo cobraremos?
- Ese es el detalle, que no cobraremos- respondió él.
- ¿Cómo?
- Bueno, a menos que el muchacho reciba la herencia, pero- dijo ahora él tomándola por los hombros y alzándola- es tan fascinante esto que, como Paris, Andrea bien merece una misa.


Ibet decidió empezar tomando té en una elegante cafetería en la que se reunían algunas de las señoras que ella tenía en la lista de amistades de Andrea. Pasó la vista en forma general al local y escogió una mesa que en el extremo derecho, al final del gran salón, le pareció un buen punto de observación. De inmediato un solícito camarero le ofreció sus servicios y ella como al descuido preguntó si ya había llegado Riaza La Paz, a lo que él contesto”- Si, hace unos minutos, mire usted que lindo vestido color malva luce hoy”.
Ibet a lo supersónico movió sus ojos en busca del color.”Aja, pensó, allí esta, debe ser aquella rubia. Manos a la obra”.
- Señora La Paz- dijo Ibet acercándose- cuanto gusto me da verla, hace sólo unos días que llegué y ya estaba por creer que no vería a ningún conocido.
-¿Qué tal querida?- respondió la otra.
- Espero que me recuerde, nos presento la señora Lujan- dijo, introduciendo así el nombre de la difunta.
- Claro- dijo la señora sin tener la menor ideas de con quien hablaba- Pobre Andrea.
-Si, muy lamentable, yo recién lo supe, ¿qué fue lo que paso?- preguntó Ibet.
- Pero siéntese- invitó

Ibet obedientemente se sentó dispuesta a oír el gran relato, que quedó resumido a que desde hacia dos años no había vuelto a ver, ni saber de Andrea, hasta que se enteró de su fallecimiento por las noticias. Todos habían supuesto que andaba de viaje, pero nada más.

Ibet llego desconsolada a la oficina. Oscar no estaba, no había ningún mensaje. Al día siguiente se arreglaría el cabello en Saint Tua.

Oscar sabía que José Ignacio vivía en aquel edificio, no sólo era la dirección que Tony le había dado, sino que además él había pasado por la parroquia del pueblo y el nuevo sacristán le confirmó la dirección, asegurándole que él siempre estaba en casa. Pero hoy parece que había salido.
- Señora- dijo Oscar dirigiéndose a la portera- yo necesito ver al señor José Ignacio.
- ¡Ah!, pero él no esta y no volverá en muchos días- respondió ella.
- Usted, ¿no sabe a dónde fue?
- Mire usted que yo no me meto en la vida ajena- dijo la mujer.
- Lo entiendo señora, pero quizás él le dijo algo, al menos cuando regresará- insistió él.
- Pues no- dijo ella cerrando la puerta.


Ibet despertó por los estruendosos golpes en la puerta.
- Va, va- dijo mientras miraba a través de la mirilla.
- Caramba. ¿Qué sucede?- preguntó alarmada.
- Tenemos que hablar- dijo Oscar entrando.
- ¿Qué hora es?- preguntó bostezando.
- La que sea, he hecho un viaje de cuatro horas hasta el infernal pueblo en el que vive el dichoso sacristán y no estaba, y además en ese pueblo nadie sabe nada. ¿Qué crees?
- Que son las cinco de la madrugada y no se puede razonar con sueño- respondió ella.
- Pues date una ducha y prepara café
- Te equivocas, acaso crees que soy tu mujer.
- Ni se me ocurriría.
- Pues entonces, haz tú el café en lo que yo me ducho.

*

- A ver-dijo ella ya sentada en el sofá- explícame si es parte de este caso el no dormir.
- Atiendeme- dijo el dándole la taza de café- me parece que la cosa se va a complicar, este sacristán al parecer ha armado el rollo y se ha ido.
-¿Cómo es eso?
- Bueno, Tony me dijo que era él quien le había contado quien era su mamá y le había recalcado muy bien que el dinero le pertenecía, pero resultó que desde el mismo día en que hablaron el señor se fue del pueblo. Necesito que llames a Tony y le digas que vaya a la oficina. A ti. ¿Cómo te fue?- indagó.
- De maravilla, me entreviste muy fácilmente con una de sus intimas amigas.
- Fenómeno. ¿Y?- dijo él esperando resultados.
- No sabe más que nosotros.
- Estupendo y a eso le llamas tú de maravillas.
-Bueno, es que ahora sé el nombre de otra que veré hoy en la peluquería donde se arreglan todas ellas- explicó.
- Algo es algo- él se quedó pensando unos minutos- Después que vea a Tony, tendré que localizar al médico que atendió a Andrea cuando el parto y además, bueno, después te explico, estoy apurado. Llama a Tony ahora mismo y nos vemos esta noche en mi casa.
- A la orden- dijo ella con un saludo militar.


*



Ibet había reservado un turno en Saint Tua y a su llegada la habían atendido con toda cortesía. Alicia, la peluquera que ella había elegido, era una mujer madura de muy bello rostro que fue muy atenta y solícita hasta que Ibet pronunció el nombre de Andrea. El silencio fue la respuesta de Alicia.
- Alicia. ¿Me escuchó?
- Si señora- respondió esta sin mirarle.
- ¿No se acuerda usted de Andrea?
- Si, como no recordarla, era una de las más distinguidas del salón.
- ¿Qué le pareció su desaparición?
- Triste, muy triste- dijo escuetamente.
-¿Sabe a quién me gustaría ver? A Michelle, ¿sabe de quién le hablo?
- Si, la señora Ruane viene muy de tarde en tarde.
- Dígame Alicia, ¿usted iba a la mansión de la señora Lujan a arreglarla?
- Alguna que otra vez.
-¿No cree que fue extraña su desaparición?- insistió en preguntar Ibet, mientras la miraba por el espejo.
- Yo no se señora y prefiero no hablar de mis clientas aunque estén muertas.
- Qué raro, siempre he oído decir que las peluquerías son el lugar ideal para una enterarse de todo-dijo sarcásticamente Ibet.

*


- Bueno días señorita- saludo Oscar entrando en el consultorio.
- Buenos días señor, ¿en qué puedo ayudarlo?
-Necesito ver al Dr. Laurente.
- ¿Tiene cita?
- No pero estoy gravemente enfermo y no puedo esperar a que pase toda esta gente- dijo señalando a su alrededor.
- Me temo que no va usted a tener otra alternativa. ¿Qué se siente?- preguntó ella.
-Dígale, no mejor déle esto al doctor- dijo Oscar escribiendo algo por detrás de su tarjeta de negocio.
- Como guste- dijo ella tomando la tarjeta para entregársela al doctor.
Acto seguido, se paró en el umbral de la puerta un señor canoso y muy nervioso.
- ¿Es usted quien me busca?- dijo dirigiéndose a Oscar.
- Yo mismo- contestó Oscar extendiéndole la mano.
- Pase usted- dijo el médico y le indicó que se sentara. ¿En qué puedo servirle?, su tarjeta dice que quiere hablarme del hijo de Andrea Lujan. ¿Cuál hijo?
- Vamos doctor, usted sabe mejor que yo lo del hijo, usted lo trajo al mundo- dijo Oscar sonriendo.
- Perdóneme, pero no le entiendo- trató de evadir el médico.
- Bien, estando así las cosas, le explicaré. Andrea Lujan tuvo un hijo hace veinte años atrás en un pueblo llamado Arcaza, y el médico que le asistió el parto fue Leonardo Laurente, un doctor recién graduado que se prestó a asistir el parto por una muy buena suma de dinero, que le fue ofrecida por José Ignacio, el sacristán de la iglesia del pueblo a cambio de su no sólo discreción sino también su olvido a cerca de la joven madre- puntualizó Oscar.
-¿Qué quiere usted de mí? ¿Quién es usted?
- Yo represento legalmente al hijo de la señora Lujan y estoy haciendo una investigación a fin de esclarecer la legitimidad de su nacimiento. ¿Podría usted ayudarme?
- No se… Ella ha muerto-contestó dudoso el galeno.
- Precisamente doctor, ella ha muerto y ese hijo reclama su herencia. Yo sólo quiero que usted me diga todo lo que recuerda.
- Bien, tuvo un varón y sólo sé que José Ignacio se encargaría de ese niño desde el momento de su nacimiento. Ella volvió de inmediato a la ciudad y nunca más supe de ellos.
- Sé que con aquella ganancia montó usted su primer consultorio. Puedo entender que han pasado muchos años, pero si recuerda algo más, por ejemplo el nombre del padre, no dude en llamarme. Quizás esta vez también obtenga una buena recompensa- concluyó Oscar saliendo.
- Señora dice que no puede recibirla- dijo la sirvienta a Ibet que aguardaba en la puerta de la mansión de Michelle Ruane.
- Dime una cosa,¿se cree tu patrona la emperatriz de Austria? Dile que vengo a verla para hablarle de la señora Lujan.

viernes, 11 de junio de 2010

ANDREA BIEN MERECE UNA MISA

Abrió la gaveta del archivo para encontrar la carta que había empezado a escribir dos meses antes. Volvió a sentarse en su escritorio y leyó:
“Después de las investigaciones pertinentes llevadas acabo, me dirijo a usted a fin de informarle que ha quedado invalidado el testamento de la señora Andrea Lujan, en virtud de que la misma no se encontraba en pleno uso de sus capacidades mentales en el momento de la redacción de dicho instrumento…”

Levantó la vista del papel, acarició su bigote con la punta del lapicero y concluyó la carta con palabras de rigor y costumbre. Miró su reloj y salió de la oficina dejando la carta sobre el escritorio de su asistente. A la mañana siguiente ella se encargaría del resto. Estaba sencillamente satisfecho. Este caso le había caído prácticamente del cielo, sólo un abogado como él, recién graduado y sin trabajo lo habría cogido.


Exactamente un mes después de que él abriera su oficina, una tarde en que sólo las moscas le hacían compañía, Ibet entró y le dijo:

- Llamó un joven que quería una consulta gratis, en una hora estará aquí.
- No tenemos un solo cliente, no puedo pagarte un sueldo aún y tú ofreces mis servicios gratuitos- le reclamó el joven abogado.
- Mira Oscar, no se, algo me dijo acepta, fue cuestión de felling- se justificó ella.
- ¡Ah, vamos!, premoniciones- se rió él.
- ¿Qué te cuesta?- dijo ella haciéndole un guiño.
- Claro, ¿Qué vamos a hacer?, ¿Qué remedio?

¡Que fantástica aventura comenzó a partir de aquel día para estos dos seres! A la hora fijada apareció en la puerta del recibidor un muchacho a quien Ibet no le calculó más de quince años, aunque resultó que tenía veinte. Ella lo pasó al despacho de Oscar y se quedó en franca zozobra todo el tiempo que duró la entrevista porque, ¿Qué problema podía tener ese chico? Y por otra parte esperaba lo peor cuando Oscar lo despachara y ella le hubiese hecho perder su tiempo.

- Ibet- dijo Oscar después de que el muchacho se hubo marchado- este chico es hijo de una señora muy rica que murió hace un año, pero que él no conocía
Como habrás podido darte cuenta por su forma de vestir no tiene un peso, pero quiere reclamar su herencia.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...