jueves, 1 de abril de 2010

OBJETOS PARA ENCONTRAR UNA HISTORIA IV

El apacible licenciado León endureció el rostro, me miro fijo a los ojos, su mirada más que una pregunta era un reproche, respiró profundo como quien toma aliento, como el que trata de recuperar la ecuanimidad.
- Señorita, lamento no poder ayudarla, tengo mucho trabajo y su consulta esta fuera de mis posibilidades.
- Gracias de todos modos licenciado, pero dígame, ¿su padre es un mal hombre?
- Mi vida personal no es de su incumbencia- dijo abriendo la puerta.
- Tiene razón, buenas tardes- me despedí.
Casi nada había sacado en limpio, sólo que en efecto los aborrecía; quise ser imparcial, me fui a ver a alguien que los conocía desde hacia muchos años y quien indistintamente trataba a todos sin intromisión en el asunto: Miguel León, el hermano menor de la prolífera familia León, jamás le había visto más que en fotos, pero sabía por Anselmo que siempre había sido un hombre muy familiar, atento a las tradiciones y agradecido por la ayuda que Anselmo le dio en su juventud, nunca faltaba a su cita familiar con su hermano cada quince días, generalmente lo hacia en domingo y en su invariable recorrido, pasaba dos horas en el garaje con Anselmo y después le hacia una corta visita a su sobrino.
No teniendo más datos de este personaje, lo esperé un domingo a la salida de la casa blanca de Lawton, donde la curiosidad me abrió las puertas para encontrar a mi personaje favorito.
- Señor León- le abordé- perdone mi atrevimiento, pero quisiera hablar con usted.
- Usted dirá- me contestó.
- ¿Le molestaría si nos sentamos en el parque de la esquina?-le propuse.
- Como usted guste, me intriga usted.

Ya la primera impresión era buena, un hombre caballeroso y educado, además de discreto.
- Le escucho- dijo una vez sentados.
- Sé que le sorprenderá el tema, pero ante todo quiero que sepa que soy amiga de su hermano, que le admiro y le aprecio, es por eso que me preocupa su soledad y la absurda relación que mantiene con su hijo.
- Se quien es usted, Anselmo me ha hablado de su amistad y por lo que me acaba de decir sus sentimientos son recíprocos, pero le advierto jovencita que en cuanto a mi sobrino, no hay nada que hacer.
- Yo quisiera ayudarlo a reconciliarse con su hijo-le expliqué.
- Le diré que no me siento capaz de juzgar a nadie y mucho menos a mi familia, en el caso específico de mi hermano creo que es un hombre ejemplar, amante de su carrera, dedicado, entusiasta; su esfuerzo en la vida le premió con un reconocimiento profesional, un hogar lleno de amor, pero querida joven, las enfermedades son imprevisibles, la de su esposa desarmó a Anselmo de todo su espíritu y yo diría que rompió en él, el leve cordón que une a la razón con el mundo irreal, en el que a veces es preferible vivir, para escapar de todo lo sucio que nos rodea-Miguel León era un filósofo, analizaba la vida como el que sólo la contempla desde afuera-para mi eso le paso a mi hermano. En cuanto a su hijo, ¿usted lo conoce?-me preguntó.
- Le confieso que fui a consultarle sobre mi vocación nada más por conocerlo y me pareció un hombre normal, pero un hombre que aborrece a sus padres.
- Si, eso no se puede negar. Fue complacido y malcriado en grado tan superlativo que hicieron de él un engreído que cree merecerlo todo y nada que signifique entorpecer su tiempo y su tranquilidad puede formar parte de su vida. Es un caso en el que el exceso de amor y sobre protección hizo un daño del que ya usted conoce las consecuencias.
- Pero, ¿Cómo es posible que no sienta tan siquiera piedad por su madre en el estado en que se encuentra?- protesté.
- Quien no conoce la escala de valores, quien no sabe el peso, el precio de un hogar, de unos padres, quien no sabe amar; no sabe de ningún otro sentimiento. Es un indolente-concluyó.
- Pero el tiene hijos, esposa, ¿no les ama?
- Si, a su manera y les amara mientras sean la imagen que él se creó.
- Es inconcebible- volví a protestar.
- Empecé diciéndole que no se podía juzgar, pero me expresé mal, en realidad no se puede tratar de comprender los extraños mecanismos de los seres humanos. Usted aprecia a Anselmo, déle su compañía, ayúdelo con su comprensión, es todo lo que puede hacer- me aconsejó.
- Pero, ¿ha hablado usted con su sobrino?- yo me resistía a que aquello no tuviera solución.
- Hablé cuando todo esto empezó, hace años.
- ¿Cómo empezó?
- Yo diría que desde que era un adolescente, pero en realidad cuando su madre se enfermó fue cuando el reaccionó de esta forma.
- Claro-dije indignada-cuando los viejos comenzaron a ser un estorbo.
- El amor es un sentimiento, pero saber amar es un arte y no todos podemos ser artistas. Me ha dado un gran gusto conocerla-dijo poniéndose de pie extendiéndome la mano- ojala nos volvamos a ver.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...