miércoles, 3 de marzo de 2010

OBJETOS PARA ENCONTRAR UNA HISTORIA- II

Estas palabras resultaron mágicas, el rostro de Anselmo cambio, sus ojos se llenaron de lagrimas y sin decir palabra me abrazó.
Yo no había elaborado frases convencionales para conmoverlo, yo había sido totalmente sincera cuando dije que lo necesitaba, pero de mi espontánea declaración resultó la evidencia de cuanto yo en estos meses había llegado a significar para mi viejo y solitario amigo. Y así pude conocer la mezcla de felicidad y desdicha que era el almanaque del doctor León.
Eva, creo que esto era lo más angustioso de su vida; una de las tantas ironías que eso que llamamos vida, destino, o como prefiramos llamarle nos juega y nos gana la partida. Eva fue la ilusión de su juventud, la fuente de energía de la que se nutrió para luchar y labrarse un futuro; Eva fue el arco iris de sus días.
¿Qué si hay historia en este viejito? Una de las más emotivas y controversiales que muchos ha oído y quizás pocos hayan tenido la oportunidad de vivir.
Cómo a partir de ese día me convertí en la sombra de Anselmo, supe por mi misma muchas cosas; pero todo aquello que había ocurrido antes de yo llegar a su camino y aun antes de llegar yo al mundo, fue él quien quiso que yo lo supiera. Esta vez no fue necesario hacer preguntas, Anselmo, actuando como todos los de su edad narró su historia.

*

La calle Monte entre los años veinte y treinta fue el centro comercial de la Ciudad de la Habana, a lo largo de ella y a ambos lados se encontraba todo cuanto se pudiera comprar: telas, zapatos, alimentos, utensilios para el hogar, todo y precisamente en los alrededores de esta calle en el año 1910, en una barriada llamada Ataré, nació el octavo hijo del matrimonio León, a este niño le fue puesto por nombre Anselmo y vivió junto a sus hermanos en la calle Romay, en una antigua casona, única propiedad de la familia, fruto de la herencia que de generación en generación habían compartido. La madre crió a sus once hijos porque después de Anselmo el apellido se desdoblo tres veces más, mientras el señor León pasaba todo el días enfrascado en el negocio de venta de alimentos en la Plaza del Vapor, que era un conjunto de quioscos y tarimas ubicados dentro de un edificio solariego en la calle Reina entre Amistad y Aguila.Y sólo veía a sus hijos cada noche antes de dormir. La disciplina del hogar era recta y bien definida; respeto absoluto a las órdenes paternas, consideración y ternura para con la madre. Los hermanos León aunque nacidos con poco plazo de tiempo entre uno y otro, se llevaban hasta diez años, pero todos fueron educados bajo las mismas reglas y todos salvo una sola excepción, la única hija hembra, estudiaron en la escuela elemental y una vez graduados de esta pasaban a trabajar en el negocio familiar mientras aprendían un oficio, para más adelante poder tener una ocupación mejor remunerada; así uno fue carpintero, otro técnico de radio y televisión, todos menos Anselmo, quien a la edad de catorce años decidió trabajar en la aduana, en la carga y descarga de los barcos. Sin oficio, con un trabajo duro, quizás demasiado duro para su constitución física, pero donde podía ganar lo suficiente como para pagarse los estudios de Medicina.

- Era una linda familia- le comenté un día.
- Si, una linda y bien llevada familia, pero también hubo cosas tristes en casa; mi hermana murió con apenas veinte y cinco años; cáncer de mamas, en aquel tiempo nada se sabía de esa enfermedad. De momento la casa pareció desmoronarse y sin embargo todo siguió su curso, mamá era una mujer muy fuerte. Creo-dijo pensativo- que ese día comprendí cuan poco vale la vida, creo que la muerte de mi hermanita cambio mi vida, yo apenas le llevaba dos años, ya estaba estudiando medicina y ya había conocido a Eva-respiro profundo-Bueno, creo que eso es otra historia, seguimos mañana.¿Quieres?
- Desde luego, además recuerde que mañana le voy a acompañar a verla-le dije ya saliendo, comprendí que eran demasiados recuerdos para un solo día- Hasta mañana Anselmo.
*

La incógnita de Eva se despejo aquella mañana, sabia que iba a conocerla, que lo acompañaría a visitar a su esposa; pero lo que nunca me pude imaginar era que iríamos a un hospital.
Creo que a él le resultaba tan difícil explicarlo que, permitió que yo lo viera con mis propios ojos. Lo que allí me encontré realmente me deprimió.
Cuando el taxi que nos llevaba se detuvo ante la entrada del hospital Gali García, todavía yo no entendía y mi aturdimiento continúo aun cuando la enfermera, que al parecer conocía muy bien al doctor León, con un trato discreto y respetuoso nos llevó a una habitación del último pabellón. Estoy segura de no poder borrar jamás la imagen que allí vi; pienso que no hay palabras para describir el espantoso cuadro de una mujer de edad madura gorgojeando entre juguetes plásticos dentro de una gigante cuna. Anselmo se le acercó cariñoso, beso sus mejillas, sin que ella, indiferente, expresara emoción alguna; después me indicó que tomara una silla y él se acomodo en otra, se mantuvo silencioso observándola por espacio de unos treinta minutos que a mi me parecieron una eternidad.
- Tú debes querer salir-me dijo abriéndome la puerta- ve al vestíbulo y espérame allí, yo debo hablar con el médico que la atiende, parece que tiene fiebre.

Nada pude contestar y nada pude decir en el transcurso de nuestro viaje de regreso, aquello que me había dejado sin palabras era la más vivida explicación para todas mis interrogantes. Si yo sentí un total desapego por la vida, si vacío e impotencia fue lo único que me inspiró ese despojo humano, ¿Cómo podía sentirse Anselmo?

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...