martes, 2 de mayo de 2017

DAMA DE OTOÑO




En aquella época tenía yo 17 años y mucha confusión. Los chicos me atraían como te atrae una flor, una melodía, el canto de un pájaro, el mar o un paisaje. Las chicas me hacían sentir la humedad de las olas rozando el cuerpo; la impresionante aleación de los sentidos al oler su perfume, la vibración de cada nota en cualquier melodía. Vaya si eso era diferente, diferente y muy confuso.
Nada sabía del amor y romance era lo que leía en las novelas. Mi mundo estaba más centrado en los estudios, el deporte y mi pasión por escribir. Unos años atrás me había besado un chico, uno que me encantaba mirar pues tenía ojos de verde primavera y su melena despeinada hacía pensar en olas blancas que se revelaban sobre una sonrisa sin igual. ¿Qué sentí? Pues raro, eso fue lo que sentí.  No hubo mariposas que revolotearan mi estómago, ni caballo que galopara a mi corazón, pero fue agradable por el simple hecho de que a partir de ahí yo ya era mayor, bueno había sucedido algo que sólo le sucede a los mayores, al menos así pensé,  tenía yo 13 años  de edad.
Más allá de aquella única experiencia sentimental, o más bien labial, no volví a pensar ni desear algo relacionado con el tema, pues el galán de ensueños, cual pirata aventurero surco los mares y se fue a vivir a otro país, otro mundo y finalmente a otra dimensión. Literalmente a otra dimensión.
Acababa yo de ingresar a la universidad, frustrada, desanimada y sin ilusiones, ya que, por una arbitraria regulación, de las tantas que se imponían en el país de los absurdos en que me tocó nacer, tenía que estudiar una carrera que para nada me interesaba.
Mi aire de independencia lo ventilaba trabajando para sentir que controlaba mi vida, y allí en una oficina fría, repleta de cálculos y números, de estadísticas y gráficas, apareció ella; era una gacela, era una reina cual corona era su garbo y su majestuosidad. Yo, adoré de ipso facto la economía, carrera que estudiaba y en la cual ella era una erudita.
Creo que mi cerebro dejó de generar ideas, mis pensamientos de algún extraño modo los regía mi corazón que en ocasiones me hacía pensar que se saldría de mi pecho y en un vuelo intrépido alcanzaría la ingravidez. Mis días eran luminosos con Sol o sin él; aprendía cada hora algo diferente, quizás no del trabajo pero si de esta Dama a quien di a llamar Su Majestad. En las tardes a la salida de la oficina me las ingeniaba para que ella me acercara a la Universidad y más que un recorrido en automóvil, era para mí un paseo en el carruaje azul de la mano de mi Ada. Me concentraba en mis estudios, mis notas eran más que buenas, no porque al fin estuviera interesada en la materia, pero quería su aprobación, ver en su rostro una espléndida sonrisa al felicitarme por mis logros; eso era un premio mayor.
Muchas cosas cambiaron a partir de ahí porque una vez que logré visitarla en su casa, compartir su privacidad, la compañía de personas de mi edad ya no llenaba mis expectativas, los jóvenes eran insulsos, inmaduros y tontos; así sin más. Con ella conversaba de cosas más profundas, los temas podían en una sola tarde ir de la ilusión óptica a la creación del universo, pasando por Aristóteles o Plantón; la Antártida o la teoría de la relatividad, y así mismo pasábamos de una charla fluida a un silencio en el que la imagen de nuestras miradas llenaba la habitación en una especie de comunicación extrasensorial, en la que yo sentía como salía de mi cuerpo y tocaba el abismo del éxtasis. Ella, en verdad no sabía yo que pensaba o sentía. Ella fue siempre un misterio, siempre cubierta por el velo opaco de lo indescifrable, que atraía aún más mi atención; hasta un día en que, llovía a cantaros, habíamos quedado atrapadas, sin luz eléctrica, en una pequeña garita en el parqueo de la oficina, ella se descalza y rozando muy leve y sutilmente el dorso de su pie con mi pierna, me pregunta: ¿qué sientes por mí?
Yo que había creído ser elocuente, no supe que contestar, es más me repetí la pregunta en silencio ¿Qué siento por ella? La pregunta, el roce de su piel, la profundidad de su mirada, todo el marco de esta escena estalló en un trueno dentro de mí y respondí: No sé, ¿admiración?

Vi frustración en su mirada, retiró su pie, sonrió con irónica decepción y respondió: Si, eso pensé, pero por si acaso hay alguna confusión será mejor que nos veamos menos y te reúnas con personas de tu edad.© T.N

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...