viernes, 12 de febrero de 2010

OBJETOS PARA ENCONTRAR UNA HISTORIA

Los ancianos cuentan historias. No lo digo yo, ni es cosa nueva; incluso llegamos a creer que contar es para ellos un deporte, un hobby, o una necesidad.
Yo, mirándolos detenidamente he pensado que sin hablar, ellos son historia.
Anselmo, quien a mi juicio es un simpático viejito alto y desgarbado, de pequeños ojillos que a pesar de permanecer semiocultos tras gruesos cristales aun no se han apagado, tiene 70 años.
¿Cuántas cosas habrán visto sus ojos? ¿Cuantas angustias y preocupaciones formaron los surcos de su frente?
Y porque un día al verlo me hice esas preguntas, me acerqué a él. Claro que Anselmo tenía algo muy peculiar; no contaba historias. Esto lo hacia más interesante y lo que yo me propuse fue: la historia de Anselmo contada por él. Afortunadamente tuve suerte. Anselmo guardaba silencio porque tenía sus motivos, pero poco a poco mi proceder ganó su confianza.
En esa época vivía yo en Lawton(un reparto de la ciudad habanera),por lo que todas las mañanas y las tardes en el camino rutinario de la casa al trabajo y al regresar, el autobús atravesaba la Avenida de Acosta, una amplia y larga calle que cruza y divide los repartos Santos Suárez, La Víbora y Lawton; después de cruzar la calle 10 de Octubre se podía divisar a Anselmo en cualquiera de las esquinas de esa barriada en la que él había vivido por mas de cuarenta años. Yo vi su blanca cabeza y me llamaron la atención sus ágiles manos que con intrépida rapidez creaban arte de un pedazo de tela y un viejo perchero o con una sencilla pieza de madera. Hacia tiempo me había fijado en él y alguno me dijo:”Es un viejo loco que hace muñecos y después o los vende o los regala”.
Una tarde mi curiosidad fue demasiada y me baje del autobús en la parada que queda a una cuadra de la esquina donde por varios días había yo visto al viejito, cuando aquello aun no sabía su nombre. Pero para desilusión mía, él no estaba y en ese momento pasaba por la acera un niño de unos doce años a quien le pregunté si no había visto al viejito que hacia muñecos.
- No siempre esta en esta esquina, hoy esta dos cuadras mas abajo- me contestó.

Seguí caminando y en efecto a medianía de la cuadra siguiente lo divisé.
- Buenas tardes- le dije al llegar junto a él.
- Buenas tardes – me contestó sin levantar la cabeza de su trabajo.
- Sabe, me bajé de la guagua buscándolo, quiero ver sus trabajos- le dije intentando llamar su atención.

Sin variar su actitud me dijo que allí estaban. Si, en un cajón de madera tenía alrededor de 20 o 30 muñecos; perros, gatos, conejos, caballos, payasos, toda una variedad. Tomé una cabeza de arlequín pintada en la madera que formaba el contorno de la cara.
- ¿Cuánto vale esta?-pregunté, pensando que ahora si me tendría que mirar.
- Vale lo que usted crea si tiene con que pagar y si le gusta y no tiene dinero se la puede llevar igual-dijo, pero no me miró.
- Si, claro que me gusta, pero no se comprar si no me dan un precio- respondí.
- Lo siento señorita-dijo poniéndose de pie-mis objetos no tienen precio, lléveselo y buenas tardes, ya por hoy yo terminé.

Disciplinadamente recogió todos sus utensilios entre los que estaban: seguetas, pinceles, clavos y hasta una aguja y un dedal. Luego de echarlo todo en un saco, cargo su cajón al hombro y se marchó.
Solamente pude ver su rostro unos segundos, pero algo en él tanto me impresionó que, a partir de ese día cada tarde le hacía una visita, sin obtener ni una sola historia. El podía hablar de cualquier tema y para todo tenía conversación, pero nunca algo personal, ni siquiera una opinión.
Al cabo de un mes ya sabía yo su nombre y por simple deducción tenia la certeza de que no era ni un viejo loco, ni un pobre mendigo. Su vocabulario no era vulgar, hablaba de forma racional y coherente, sus conceptos eran muy sensatos y sus conocimientos muy amplios; esto ultimo lo supe por pura casualidad.
Una tarde, sentada yo en un quicio al lado de él, hablábamos como siempre de temas de actualidad; política, deportes, libros o cine.
- Dime Gloria- me dijo mirándome a los ojos-¿Por qué todas las tardes recibo tus cordiales visitas? ¿Por qué te empeñas en llevar mis objetos a tu trabajo y venderlos?
- No se- le contesté algo confusa por lo inesperado de la pregunta-quizás le tengo afecto y pienso que si puedo ayudarlo, eso me satisface. Espero que no se ofenda por ello.
- No, pero hay algo que creo que tú debes saber; yo no vivo de mis objetos, esto es sólo un entretenimiento-la dulzura de su voz me decía que la simpatía de nuestra relación era mutua.
- Anselmo,¿es verdad que vive usted en aquel garaje?-me atreví a preguntarle, señalando una hermosa casa blanca con un gran jardín detrás de una amplia verja, que daba paso a una escalinata que llevaba a un portal en alto, debajo del cual estaba el garaje.
- Si-fue toda su respuesta.
- ¿Le molesta mi presencia? ¿no le gusta que venga a verle trabajar y a conversar con usted?-quería aunque fuera esa opinión personal.
- Todo lo contrario, eres una muchacha muy inteligente, es muy grata tu compañía, pero tu actitud es rara para tu edad- esto lo dijo con mucha seriedad.
- No le entiendo-fue todo lo que dije a fin de saber más.
- Si, a tu edad se opina que los viejos somos trastos inservibles- y esto lo dijo con mucho convencimiento.
- No Anselmo, yo no creo eso, yo creo que ustedes son nuestros pilares.
- Caso raro, en fin, te invito a comer tamales y tomar un poco de café-dijo finalmente poniéndose a recoger sus cosas.
- Y yo acepto encantada-mi tono fue de real alegría porque Anselmo me miro y se sonrió.
Aquella tarde entré en su mundo por primera vez, era un mundo pequeño, un espacio cerrado de unos 25 pies cuadrados en el que muy apretadamente cabían: una cama personal, un gavetero, un chiforober (mueble alto, rectangular de madera que te utiliza para guardar ropa en percheros),una pequeña cocina de dos hornillas montada encima de un estante de dos puertas, una mesa con dos sillas y un muy alto librero con aproximadamente 200 libros. ¡Ah!, y por supuesto en la pared del fondo una larga tabla sujetada por unos pies de amigos donde se podían ver sus instrumentos y debajo del cual habían varios cajones con cientos de sus objetos; como él les llamaba.
Mi curiosidad crecía por minuto. Así es que, cómo quería atraparlo todo con mis ojos buscando una historia que, hasta el momento los labios de Anselmo diplomáticamente me habían negado, en lo que el preparaba lo que comeríamos fui hacia los libros; estos siempre dan un índice de la personalidad de su dueño. Pero cual no seria mi asombro al descubrir que casi el noventa por ciento de sus libros era de medicina y cuando ya me disponía a preguntarle, mis ojos se tropezaron con uno que aumentó aun más mi confusión:”Técnicas de Cirugía Maxilofacial” por Anselmo León. Lo cogí en mis manos y en ese momento Anselmo, que al parecer me observaba, sin dejarme abrir la boca.
- ¿Te interesa la medicina?
- A mi no, pero parece que a usted si- le dije.
- Si, mucho, ese que tienes en tus manos es mío-dijo con sencillez- Ven, ya esta la comida.
- Pero entonces usted es el doctor Anselmo León-afirmé.
- Si Gloria, no lo parezco. ¿verdad?-me pareció que había una gran tristeza en su voz.
- Yo no he dicho eso, pero usted tampoco me lo había comentado.
- Como tú no lo preguntaste- replicó él.

A pesar de aquel gran descubrimiento, aquella tarde no pude averiguar nada más. No, ahora recuerdo que supe algo más.
- Bueno Gloria, me alegro que te hallan gustado mis tamales y mi café; nos vemos entonces pasado mañana; digo si no tienes algo mejor que hacer porque es sábado- dijo al despedirnos.
- Claro, el sábado a las 10 a.m. estoy con usted, pero dígame Anselmo ¿Por qué los viernes no sale usted?- pregunté pensando que la respuesta sería que era el día en que descansaba.
- Todo lo contrario, los viernes salgo; es la única salida que hago cada semana.
- Sería una gran indiscreción preguntarle a donde va, ¿verdad?-dije un tanto cohibida pero muerta de la intriga.
- No, es muy sencillo; voy a ver a mi esposa- respondió él.

Llegué a casa sumamente desconcertada; era casado, pero vivía solo en un garaje, era médico y parecía, bueno no se; raro, solitario, extravagante. Claro que yo podía averiguar con la gente del barrio, muchos le conocerían de toda la vida, pero mi meta era que él me lo contase todo, de otro modo perdía toda la gracia.
Me senté en el borde de mi cama, mirando para la cómoda sobre la cual ya pasaban de diez los objetos de Anselmo, repasé en mi mente todos estos días compartidos con él y recordé sus palabras; si, era posible que resultara rara mi actitud dado que, teniendo yo veinte años mis inquietudes por las personas mayores quizás no sean propias de esta edad; la respuesta tal vez estaba en que habiéndome criado con abuela estaba muy acostumbrada a todo lo que ellos nos pueden enseñar o que, después de perderla necesito a alguien de su época para sentirme menos sola. De todos modos, fuera cual fuera mi motivo, lo que si era indudable era que Anselmo no era un viejo común; debía tener una historia y curiosamente no se regocijaba de ella. Si, cualquiera en mi lugar sentiría curiosidad; esos objetos me llevarían a su historia.
Habían transcurrido ya los días suficientes como para que yo además de mirar hubiera adquirido la habilidad de doblar el perchero y darle una forma animal o con un pincel y bajo las indicaciones de Anselmo, diera color a la madera; sin embargo nada más había él aportado a mis miles de inquietudes y dudas. Pero la casualidad. ¡Bendito sortilegio!...
Era martes en la tarde, Anselmo y yo estábamos trabajando, cuando un señor joven de entre 35 y 40 años se nos acercó.

- Oye Anselmo, te llamaron del hospital, dicen que tienes que ir mañana, parece que Eva esta enferma- le dijo en un tono que a mí me pareció muy desagradable.

Lo vi seriamente nervioso y preocupado, pero nada respondió, recogió sus cosas y se fue sin siquiera despedirse. Yo, un poco atrevida le seguí.
- ¿Por qué vienes detrás de mi?-me dijo en forma descompuesta.
- Perdóneme Anselmo, pensé que me necesitaría-traté de calmarlo- permítame ayudarlo, yo quiero ser su amiga, yo necesito su amistad. Yo no vengo a verlo por usted, lo hago por mí, yo le necesito- le confesé.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...