—Mi caramelo –protesté.
—Pero si yo lo cogí. ¿Dónde lo habré puesto? –respondió, buscándolo.
—Sí, lo cogiste, pero lo depositaste en tu boca.
—¡Oh!, toma –dijo, entregándomelo con un beso.
Sonaba un clarín de combate en la película que estábamos viendo, y yo aproveché la ocasión.
—Dime, cielo. ¿Sabré algún día tu nombre?
—No lo creo, pero tampoco lo necesitas.
—Al menos dime de dónde sacaste el que usas.
—Susan me lo puso. Clarín es un llamado a la vida, a la acción, un toque para despertar. Según ella, así soy yo.
Siguió mirando la película, y yo quedé... como siempre, sin saber.
“Si no confiara en Dios, la vida no tendría sentido. ¿Qué sentido tendría vivir esta vida, donde nos pasamos la mayor parte del tiempo como yendo de un alero a otro, tratando de hacer equilibrio para no caer, oscilando como péndulo, saeteando sin norte, si no hubiera un mañana, un después, si todo lo que aprendemos tan duramente no nos sirviera, si el final fuera la muerte? No, yo sé que hay más”.
Éstas fueron sus palabras, la tarde en que murió Jorgito; al enterarme, corrí hacia su rincón a la orilla del mar. Había dolor en su rostro, pero no lloraba. Había una conformidad basada en la fe, la fe de que Dios se lo había llevado, porque ese era su momento.
Situaciones externas me oprimían, mis nervios, que nunca fueron muy buenos, se deshicieron, me puse enervante, arisco, irascible. Hasta el más leve contacto de sus manos me sublevaba. Pero la necesitaba tanto. Yo, dentro de mí, sentía que la amaba tanto. Y ella nunca lo creyó. Sus deseos de darme vida se apagaban lentamente, sus fuerzas se acababan, y aunque por altruismo o por compensación no quería separarse físicamente de mí, estaba muy lejos. Conocí entonces a una Clarín fría, distante, ausente y dura.Pensé que la mejor medicina sería ir para otro estado, cambiar de aire. Se lo dejé saber, añadiendo que todos los dolores que yo le causaba se olvidarían, que era sólo cuestión de tiempo.“El tiempo no borra, jamás ha borrado hecho alguno, sencillamente se encarga de ordenar los sucesos, de manera que algunos dolores ceden su lugar a los más recientes, u ocupamos ese espacio presente para cosas agradables, cambiando así la dimensión angular del dolor. Siempre rondaré tu espacio, sólo tienes que nombrarme, y allí estaré”.
New York City fue el lugar que escogí, quizás recordé aquella canción que decía “If you wants to live in New Cork City”, con el estribillo, “yes I will, yes I will”. Por unos meses, viví en el apartamento de un amigo; desde la ventana de la sala se veía el Verrazano Bridge. Mis noches eran largas, el día era agotador, nada en principio había cambiado en mi vida. No, ahora compartía mi lecho con una amiga, y desde hacía meses no sabía nada de Clarín, y a pesar de creer que era lo mejor, llamé a Tony.
—Hola—Tony, soy yo. ¿Cómo estás?
—Bien, pero. ¿Te sucede algo malo?
—No, sólo quería saludarte y saber de todos.
—Caramba, cuánta amabilidad, a las cuatro de la madrugada.
—¡Oh!, perdona viejo, es que hoy estoy desvelado, y no me di cuenta de la hora.
—No tiene importancia, después de todo, yo acabo de llegar.
—De parranda.
—Nada de eso, Laura murió hoy.
—¡Oh!, cuánto lo siento. ¿Y Mickey?
—Por el momento, con Clarín.
Volví la vista hacia el sofá donde permanecía mi amiga. “Nosotros hacemos sexo más que por placer corporal, por necesidad espiritual”, fue todo lo que vino a mi mente al pensar en Clarín.
Regresé a Miami, no la encontré en su estudio-apartment, allí me dijeron que se había mudado. Su rincón a la orilla del mar estaba vacío. Finalmente, alguien me dijo que los domingos visitaba a Mickey, en la institución adonde le habían llevado. Ella había hecho todo lo posible por quedarse con él, pero no se lo habían permitido.
Definitivamente, no pude dar con ella; sólo después supe cómo, de alguna forma increíble y fantástica, ella misma había conseguido la autorización para adoptar a Mickey, ocho meses después del fallecimiento de Laura.
Dónde estés yo estaré, como el mar, que siempre vuelve a sus rocas, mi amor te acariciará cada día y tú estarás en mí aun en contra de mí.
Aquí estoy, en el lugar de partida, aquí estas, vestida de Arlequín, con la paz del arco iris en tus ojos que me llaman y adonde siempre voy, porque, como tú me enseñaste: “Vivir es ir más allá de la alegría”.
viernes, 18 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
70 Años
Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete. Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...
-
El arte tiene colores tiene música tiene pasiones, Tiene el brillo de la mariposa en celo tiene el desenfreno del sonido de la noc...
-
La mal llamada caravana, que no es más que una recua, una tropa conformada por una simbiosis de incautos, forajidos y elementos desest...
-
Hace unos meses llegó a mis manos un libro que, se puso muy de moda, creo que el Hombre sigue buscando vías para satisfacer sus necesidades ...