Piensas, como cada día al abrir tus ojos, como desde hace ya ni recuerdas qué tiempo: piensas.Piensas en todo lo perdido, piensas en el tiempo que echaste a rodar.Piensas en las cosas que pudiste hacer, piensas en las posibilidades, en los factores favorables y en los adversos. Pero no piensas, nunca pensaste en actuar; olvidaste tomar otra iniciativa que no fuera pensar.
Son las siete y treinta minutos de la mañana, hoy, por suerte, vendrán más tarde; tengo un tiempo precioso para pensar. Últimamente, estos desgraciados me ocupan todo el día. Que si reuniones, que si taller, que si... ¡Bah...! Y ahora, qué digo, ¡bah! Me acuerdo de... ¡Cómo pasan los años!, hace como diez, cuando pensaba en mi negocio de publicidad, y aquella gente de poca fe me decía: “No será fácil”, y me explicaban todos los inconvenientes que le veían a mi proyecto, pero... ¡bah...! tuve un amigo que decía que la fuerza vital estaba en uno mismo. Sí, es posible que tuviera razón, sin embargo, mi tía siempre dijo: “Hay quienes nacen inservibles, y tú eres uno de esos...” ¡Bah...! Por eso una vez me alegré de su muerte, aunque ya no me importaba; después de todo, pudo haber vivido mil años, ya yo no tenía que soportarla. Pero es odioso su recuerdo, ni siquiera necesito cerrar los ojos para verla delante de mí, aquel día en que decidí trabajar; era la única forma de alejarla un poco. Me dijo: “Gracias a que hablé con el Rodríguez, sólo así puedes conseguir un buen trabajo, sola, nunca llegarías a nada. Eres inexplicablementeinútil; inteligente, pero sola nada, nunca haces nada”.
Pude sacármela, como se saca un garfio, un puñal; de un solo halón, pero, quizás, ya era demasiado tarde.
Nunca pude explicármelo, pero mi tía tenía razón. Siempre me decía: “Deberías casarte, ja, ja, ja”, y se reía, con aquella desafiante e irritante risa, para seguir su sermón: “Después de todo, la mujer sólo tiene esa encomienda”. ¿Para qué?, me preguntaba yo, para criar hijos, y que sólo cuente lo que diga él, la inteligencia de él, la capacidad de él... ¡Bah...! Y yo soñaba con reunir un dinerito, con establecer mi negocio; pero la suerte no me acompañó, si hubiera conseguido un buen trabajo como dibujante, pero hasta en sueños mi tía... ¡bah...! Años, años, años y más años que pasaron de un lado a otro, buscando, buscando afanosamente, qué... ¡bah! Todos me reconocían inteligencia, capacidad, talento, pero siempre alguien, la palabrita, ¡qué palabrita!, alguien que te recomiende, alguien que te dé el empujón, alguien que... ¡bah...! Después, Manolo; había hecho varios trabajos para él, claro, gracias a que alguien se había compadecido, como todos: “Eres inteligente, tienes talento, eres buena en lo que haces, es una verdadera lástima que no hayas logrado algo mejor. Te presentaré a un amigo”. Este amigo era Manolo. Una tarde le comenté mi afán de entrar a trabajar en aquella importante compañía, donde había presentado sin resultados varias pruebas: “Quizás, otra vez será, a veces hay que insistir”, me dijo. Un día fuimos a su apartamento, reconocí en él a un hombre con un perfecto sentido del orden y la dimensión. “Ésta es mi habitación favorita, como verás, colecciono piezas de arte”. Mis ojos se clavaron, como atraídos por un imán, en la pared de las armas; había un encanto especial en una hermosa y antigua daga. Creo que la idea prendió en mí en ese instante en el que Manolo, hombre por condición, genuino representante de la civilización, dijo: “No tendrás más problemas, serás mi esposa. Sólo tuve que decir eso, trabajarás en esa compañía de la que me hablaste”. ¡Bah!, quise protestar, pero él siguió hablando: “Eres inteligente, mi amor, pero eso no basta para triunfar en la vida, necesitas de alguien que te ayude, y también, ¿por qué no?, de un marido. Y en mí tienes ambas cosas. ¿Qué dices?” ¡Bah! ¡Qué cosa!
Manolo me atraía, me provocaba sentimientos de pasión y de ternura. ¡Qué lástima que fuese hijo de los milenios de civilización! “No divulgaré más mis ideas”, me dije, “no perderé más mi tiempo, tratando de hacerle entender que no soy una inútil, que no necesariamente tengo que ser la esposa de Fulano para triunfar, que no...” ¡Bah...! Aquella noche fue especial, nos habíamos hospedado en un hotel de las afueras, teníamos una habitación con una impresionante vista al Atlántico. Hubo cena a la luz de las velas, tragos, baile y amor. ¡Pero qué obsesión! “Ahora nos casaremos y te presentaré a los ejecutivos. Verás que enseguida comenzarás a trabajar. No vale la pena que sigas tratándolo por ti, si en tantos años no lo conseguiste. Claro, yo sé que no es por falta de talento, pero es que sola no te es posible”.
¡Bah...! Todavía lo veo dormido, volteado hacia el lado izquierdo, su mano debajo de la almohada, y la daga, la hermosa y antigua daga, perforándole un orificio en la base del cráneo, justo para que destilase toda la civilización acumulada.
—Tina, Tina –los gritos que provenían del exterior de tu habitación tehicieron reaccionar, y al abrir la puerta, te encontraste con un rostro muy familiar.
—Tina, ¿estabas dormida? Vamos, ya todos los demás pacientes están en la sala de recreación; sólo faltas tú.
jueves, 19 de marzo de 2009
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