martes, 19 de mayo de 2009

LA CAÍDA

La tarde caía, cuando aún era temprano, como siempre, en esta helada época del año. La fábrica iba quedando en un absurdo silencio, después de un ruidoso día de trabajo. Los empleados, forrados en abrigos, guantes, gorros y bufandas, salían a la calle, desafiando el cortante aire invernal.

En forma cuidadosa pero apresurada, cruzaban la calle hacia el parqueo, que a esta hora se encontraba cubierto por una gruesa película de hielo, sobre la cual esperaban los autos, en su mayoría tapados por la nieve y con la escarcha dura de todo el día, que se había acumulado en sus cristales, por las temperaturas bajo cero.

Es sumamente peligroso caminar, cuando todo está cubierto de hielo e, inclusive, usando zapatos apropiados, se corre el riesgo de caer, como se cayó Neny. Fue un resbalón rápido y sin estrépito, pero doloroso para ella, que quedó completamente tendida sobre su costado izquierdo.Las personas, al pasar por su lado, solícitas y corteses, le preguntaban:
“Are you okay?”, y continuaban con su agitado paso, sin dar tiempo a que ella respondiera. Ella dirigía su vista ansiosa a cada uno, esperando que alguien la ayudase a levantar, tarea que le estaba resultando demasiado ardua, pues sus botas resbalaban en cada intento, por lo que volvía a caer, unas veces de rodillas, otras del lado derecho, otras boca abajo.
Sus compañeros se acercaban, la miraban alarmados, y ella trataba de sonreír, esperando ayuda.
—Are you okay? –preguntaban, con expresión lastimosa en el rostro, para seguir, sin esperar respuesta.

Neny se sintió defraudada, irritada, desesperada, decepcionada; pero eso fue sólo porque era la primera vez. Después aprendió que todos habían sido muy atentos y amables, sin involucrarse, como es la costumbre aquí.

martes, 5 de mayo de 2009

LA INTERMINABLE NOCHE DE LA MARIPOSA

Me desperté a las nueve de la noche, para mí comenzaba el día. Me levanté de mal humor, y no sabría decir el porqué, sencillamente me odiaba a mí mismo. Me di una ducha, para sacar el calor de las sábanas de mi cuerpo, y salí, para ir a la cafetería donde usualmente comía. Por el camino, un carro casi me aplasta al cruzar en la bocacalle; llené el aire de improperios, y seguí andando y pensando, ¿en qué?, en que otra cosa podía pensar que en lo absurda y, sobre todo, azarosa e injusta que es la vida. Harto, harto, harto de todo, en realidad, no quería ni comer, pero en algo tenía que emplear mi tiempo. Mi tiempo, lo peor de todo; y esta noche que no tenía trabajo en la fábrica sería peor. Al menos, cuando trabajaba entre el ensordecedor ruido de las máquinas y la vulgaridad de aquellas mujeres, caminando de un lado a otro para cambiar un fusible o pelar un cable, ese tiempo que aborrezco, pasaba más o menos rápido. En cambio, hoy sería interminable. ¿Qué haría aquella mariposa en el techo?, estaba posada justamente encima de mi cama. Nada bueno, supongo que quizás traiga un gramo más de mala suerte a mi vida. Como si ya no tuviera suficiente.

—Buenas noches –me dijo, sonriente, la camarera, cuando entré.
—Para usted –fue mi respuesta.Ella me miró, entre burlona y resignada, me puso el menú en las manos y siguió atendiendo a otros clientes. Como se demoraba, y yo tenía apuro. ¿Apuro yo?, bueno todos siempre están apurados, ¿no?
—Hey, ¿no me va a atender? –le grité.
—Calma, amigo –me dijo un sujeto que se sentaba en el extremo opuesto de la barra.
—No es contigo –le respondí.
—Baja la voz –me ordenó.
—¿Quién coño te crees?, pedazo de imbécil –grité aún más fuerte.
Aquel desmedrado se me abalanzó, sacándome literalmente a patadas del establecimiento. Después supe que era el dueño. Quise volver a entrar para fajarme, pero, como decididamente no era mi día, a la sazón de mi escándalo, apareció un carro patrullero. “Éstos, que jamás aparecen cuando uno los necesita, y ahora...”Salí corriendo, pues, como iban las cosas, podía hasta terminar preso. Corrí como unos diez bloques, y al recostarme en un muro, me di cuenta de que tenía sangre en un codo y en la barbilla. Decidí volver a la casa para cambiarme de ropa, pues en esa facha sería mal mirado donde quiera que fuera. “La verdad es que hoy me he levantado tan mal, que hasta me pareció que la mariposa me hablaba cuando la miré”. En eso iba pensando, cuando vi un perro que venía a mi encuentro. Me quedé petrificado, y en eso volví a ver a la mariposa posada sobre una verja. El perro pasó corriendo sin mirarme, y yo me volví hacia ella y le dije:
—¿Me estás persiguiendo?, ¿qué buscas?La oí, sí, la oí decirme:
—Yo soy libre, ¿tú no?
—Estúpida mariposa –le vociferé–, claro que soy libre.Y seguí mi camino, mientras ella decía:
—Libertad es amor.

Dos cuadras antes de llegar a mi casa, sentí un intenso dolor en la cabeza, y todo se me puso negro. Cuando volví a abrir los ojos, lo primero que vi fue a esa mariposa, posada ahora sobre un muro.
—Tú –le grité–, déjame en paz.
—Paz es lo que tú debes buscar –me respondió.
En ese momento me percaté de que el dolor de cabeza había sido un golpe, porque tenía una protuberancia, es decir, un chichón; me faltaba la cadena, la billetera y el reloj. “¡Zas!, lo que faltaba”, pensé, “pero, ¿hasta cuándo me va a perseguir la jodida calamidad? El mes pasado me chocaron el carro, pérdida total, y encima, el policía dijo que yo era el culpable. El mes anterior entraron en la casa, mientras yo estaba en el trabajo, y me dejaron pelao... Y todavía no quieren que diga que el infierno es vivir, que peor que esto no puede haber nada. Sucederme a mí estas cosas, yo que nunca me meto con nadie, trabajo en forma disciplinada, guardo cada kilo, porque la vida está muy dura, y no confío ni en mi propia sombra, pero, ¡coño, siempre me dan!”
—Piensa bien –volví a oír.
—Decididamente, debo de estar loco –dije–, mira que creer que esa estúpida mariposa me habla –y manoteé al aire, tratando de espantarla.
—Me espantas, como a tu suerte –me dijo.
—Cállate ya, no te soporto.
—Si amaras a la vida, tendrías mejor suerte.
Ni le contesté y seguí el camino a casa. “Si al menos alguien me amara”. Ella revoloteó frente a mi cara y me dijo:
—¿A quién amas tú?
—A nadie ­–le grité.
—Esa es la razón de todo, tonto –me respondió.
Me tapé los oídos y salí corriendo hasta el recodo del edificio en el que vivía. Ya no la soportaba más, entré y me aseguré de cerrar la puerta detrás de mí, revisé todas las ventanas y me tiré en la cama... Allí estaba ella, en el techo, como cuando desperté. Fui al clóset de la cocina, cogí la escoba, y llegué al cuarto, dispuesto a despedazar a esa intrusa. No la vi. Busqué en el baño; allí estaba. Me le abalancé, golpeándolo todo, sin poder atinarle.
—Bruja, te voy a desguazar, ¿qué crees? –le gritaba.
Ella, por su parte, me contestaba:
—Piensa lo bueno, y eso verás. Ama, y recibirás amor.
—Cállate, bruja –le decía yo, y seguía corriendo por toda la casa, derribando muebles y adornos, sin poder darle ni un golpe.Sonó el timbre de la puerta, y al abrir, me encontré con dos oficiales de la policía.
—¿Qué sucede? –pregunté.
—Tenemos una denuncia por escándalo, señor –me respondieron.
—¿Qué dice?, ¿cuál escándalo? –respondí, airado.
El policía más bajito de los dos miró hacia adentro y me dijo:
—¿Cree usted que se puede destruir un apartamento de esa manera, a las dos de la madrugada, sin armar escándalo?

Volví la vista al interior, y en efecto, parecía que había pasado un tifón.
—¿Dónde está el oponente? –me preguntó.
—¿Qué oponente ni ocho cuartos?, estoy tratando de deshacerme de una intrusa –le dije.
—¿Dónde está? –volvió él a preguntar.
—No sé, se me ha perdido.
—Con su permiso –me dijo el policía más alto, haciéndome a un lado, entró y registró todo el apartamento. Le hizo un gesto al otro, y me dijo a mí:
—Tiene que acompañarnos.
—Pero, ¿por qué?
—Ya le dijimos que hay una denuncia.
—Vayan a la mierda con su denuncia, no voy a ninguna parte.
Forcejeamos, hasta que ellos me redujeron y me pusieron las esposas. Al salir del edificio, la vi en el techo del auto patrullero.
—Ahí está –grité–. Mírenla.
—¿Dónde?
—En el techo de su carro.
—¿Ahí?, sólo veo a una mariposa.
—Sí, es ella, suéltenme, déjenme atraparla. Habla –le dije a ella–. Diles que me has estado atormentando. ¡Habla, coño!

Me metieron en el carro, y me llevaron a la estación de policía. Me encerraron en una urna, bueno, en una celda moderna, que es de paredes de cristal. Aún estaba esposado, cuando la vi en el piso, y desenfrenadamente, zapateé para aplastarla, pero, nada, armé otra algarabía y ellos entraron.
—Te vas a estar quieto o no vas a salir nunca de aquí –me dijo un policía.
La miré con odio, con profundo rencor; me quedé quieto, más me valía.
—Sólo trato de ayudarte, sólo quiero decirte que tu forma de pensar atrae la mala suerte que te acompaña, y que hasta que no ames al menos a un ser humano, a un animal, a ti mismo, vivirás en el infierno en que te hallas –era nuevamente la vocecilla de la mariposa.
—Pero, ¿quién eres? –le pregunté, esta vez llorando.
—Soy tú, pero tú de verdad. Repite conmigo –me dijo–: Yo soy la vida, la vida es amor, yo amo a todos, y todos me aman a mí. Yo tengo la vida llena de amor. Dios es amor, y yo amo a Dios. Pero, siéntelo en tu corazón, confía en que estas palabras cambiarán tu vida.

Repetí todo aquello, sin sentido para mí.
—Vuelve a decirlo, hasta que realmente lo sientas –me pidió ella.
Lo repetí una y otra vez, hasta que, de pronto, sentí que mi pecho se hinchaba, que una agradable sensación me invadía, y todo lo vi claro; miré a la mariposa, y descubrí que tenía hermosos colores, y que su vuelo era suave y acariciador.
—Estás libre, y que te sirva de escarmiento –me dijo un policía, dejándome la puerta abierta.

Salí de la estación de policía, ya había amanecido y el sol brillaba radiante, el cielo lucía espléndido y todo el mundo sonreía. Tomé un taxi, y al llegar a la puerta del edificio, me acordé de que no tenía dinero; la noche anterior me habían asaltado. Hurgué en mi ropa, y en mi bolsillo estaba la billetera, luego miré mi muñeca izquierda, y tenía mi reloj; me toqué el cuello, y me colgaba la cadena; llevé mis manos a la cabeza, y no me dolía. Le pagué al chofer y le deseé un muy buen día. Entré a mi apartamento, y había un perfecto orden. Estaba muy sorprendido, también muy confuso. Al entrar al cuarto, miré hacia el techo; ella no estaba, pero en el espejo de la cómoda había escrito un mensaje:

Todo en el Universo mantiene un Orden,cuando se cumple la Ley 1:
Amor.

70 Años

  Arribo a la década siete siete escalones del aprendizaje siete mares recorridos siete.   Y setenta son muchos, o quizás son tan pocos porq...